Caminar en belleza
En una clase de bordado feminista, nuestra guía nos propuso hacer un ejercicio de palabras-raíz. Se trataba de revisar nuestra historia personal y nuestra memoria en busca de aquellos nombres comunes que en nuestra intimidad significan algo diferente de lo que dice el diccionario. Salieron palabras como «cafecito», «chisme», y también «escritura», que fue la que elegí yo. Verla como un simple sistema de signos para la comunicación humana me parecía una definición muy pobre, cuando la escritura como idea, como práctica y también como horizonte, ha hecho de mi vida un lugar mucho más habitable. Entonces eso dije: que la escritura era compromiso, entrega, amistad, palabras hermosas, viajes, vínculo. Pero la verdad elegí esa palabra porque era fácil. Un eje vertebral desde mi infancia, que me acompaña allí donde voy y cuyo significado se vuelve más profundo con el tiempo. ¿Cómo no elegirla en primer lugar?
Me acuerdo de ese momento porque cuando sentí la certeza de que este nuevo espacio debía llamarse «Caminar en belleza», lo primero que sentí fue mucha resistencia. Hay muchos cantos de las naciones lakota, navajas, tsalagi que hablan sobre seguir el sendero de la belleza. Es de hecho una idea fundamental en el arte de vivir que ellxs promueven, es algo sagrado, una ley universal. Haciendo muy breve lo que es originario para un montón de culturas nativoamericanas, caminar en belleza significa vivir nuestras vidas terrenales buscando la armonía con el plano espiritual y respetando a la Madre Tierra. La belleza no tiene nada que ver con el aspecto de las cosas. Si belleza fuera una palabra raíz, yo la definiría como «significado profundo». O, quizá, querría decir algo parecido a «corazón».
Vencí la resistencia cuando entendí que lo que busco hacer aquí, en este espacio, pero sobre todo en mi vida, es algo similar a lo que las naciones nativas consideran fundamental para el buen vivir y la armonía entre los mundos. Busco el sendero de la belleza, que no es otra cosa que transcurrir mi tiempo en calma y con propósito, creando desde mi verdad interior, consciente de qué acciones benefician genuinamente a los demás y a mí misma, promoviendo que otras personas puedan inspirarse y conectar consigo mismas, que puedan recordar la medicina de las plantas o reconocer valiosas sus historias. Por eso honro la sabiduría nativa, que vive a mi alrededor aquí en México, y también en los lugares que recorrí en viajes previos. Fue una maestría de esas que no tienen manuales y que dura para siempre.
Pero hay algo más: vencí la resistencia cuando me di cuenta de que las palabras se habitan, se hacen propias, cuando se vuelven fundantes para quien las usa. Me gusta pensar que es importante reconocer el camino que vivieron antes de llegar hasta nosotras, así como hace la etimología en unas culturas y en otras la tradición oral. Pero después hay que darles vida de nuevo, seguir aportándoles significados íntimos, para que crezcan. Así ha sido siempre.
Hay una canción navaja que dice:
Con la belleza, caminar.
Con la belleza ante mí, caminar.
Con la belleza tras de mí, caminar.
Con la belleza sobre mí, caminar.
Con la belleza a mis pies, caminar.
Con la belleza a mi alrededor, caminar.
(…)
Por un sendero vivo de belleza, caminar.
Todo termina en belleza.