El brillo
Fantaseo a veces con la idea de escribir un libro que empiece pidiendo perdón, continúe pidiendo perdón y termine pidiendo perdón por haber sido escrito. Es una fantasía horrible, lo sé, pero es cierta. Una vez incluso escribí un prólogo y después lo abandoné, no sin antes percatarme de dos cosas: la primera, el exceso de culpa estaba empezando a desbordarse y a inundar la literatura, como cuando eres de las que llora poco y un día de pronto el caudal se abre y no puede cerrarse. La segunda, escribir un libro pidiendo perdón no podía liberarme de nada. Ni siquiera podía entender por qué me sentía tan culpable por sencillamente ser marina.
Estos días he disfrutado mucho de ver la resonancia que se abría al decidirme a compartir desde un lugar más veraz respecto a la que soy hoy. Sé cuánto cuesta dejar atrás pieles antiguas, y sé también qué tan imperceptible puede ser de cara afuera lo que para una, adentro, es enorme. Pero algo debió sentirse porque personas con las que tengo vínculo cercano y también otras nuevas para mí se acercaron a decir que se reconocían en el mismo camino. El camino del corazón. No importa cómo lo llame cada una. Para unas significa un despertar de conciencia, para otras, una autoindagación que nos lleva a nuestro interior. De fondo creo que está el reconocimiento de que cielo y tierra, energía y materia, conciencia y mundo, están irrevocablemente unidos. También unos seres con los otros, y todos ellos con la madre Tierra.
En esos intercambios, también percibí mucho deseo de atrevernos a hablar, a mostrarnos, a decir lo que realmente hacemos o lo que estamos creando, a no esconder algunas partes por miedo a ser vistas como egocéntricas, místicas, locas, narcisistas, soberbias, etc. Veo en cada una de mis amigas, en la gente con la que cohabito este espacio de las redes, y en mí, cómo tratamos de escondernos pero al mismo tiempo estar conectadas. Y al otro lado yo me digo lo maravillosamente sabias, inspiradoras, creativas, que son, y las ganas que tengo de que se animen a ser y a mostrarse. Escribía en mi diario hace unas semanas, y hoy por casualidad abro en oráculo por esa página: «¿Para agradar a quién me seguiría negando el goce radical de hacerme cargo de mi verdad?». Mi verdad, la mía, no la de nadie más. Esta verdad de hoy, impermanente, y que seguramente mañana será otra.
Me doy cuenta de que tememos brillar. Solo escribirlo ya me incomoda. Te-mo bri-llar. No tengo que preguntarme por qué, en realidad no es ningún secreto. Conozco las historias de lo que le pasa a las mujeres que sí se atreven a tener poder, conocimiento, voz, dinero, propósito. Las hemos oído desde chiquitas: son las brujas de las hogueras, las princesas aniquiladas, la madrastra del cuento, la reina que escapa por amor y carga con la culpa de la destrucción del mundo, etc. Claro que ninguna de nosotras está pensando en que su brillar la llevará a una posible hoguera, pero ¿no tememos que ahí fuera se nos juzgue como impostoras? «No eres lo suficientemente buena.» No sé si alguien me lo ha dicho tan directamente nunca, pero estoy cien por cien segura de que es una creencia que cargo conmigo, quién sabe desde cuántas generaciones antes de mí. Lo anoto en mi agenda de creencias que ya no me sirven, para cambiar mi resonancia con ella pronto.
Escribo esto porque he sentido que inspirarnos a crear, a brillar, a mostrar lo que somos, pensamos y hacemos, es algo por lo que deberíamos dejar de pedir perdón. Yo aún lo intento: no en vano he comenzado esta entrada diciendo que a veces quiero disculparme sin saber por qué. Pero me alegra ver que después he llegado donde realmente quería, a hablar de la certeza que siento de que cuando nos permitimos crear y compartirlo con otra gente, estas también se fortalecen y se nutren con nuestro impulso.
Brillen, muchachas, abran sus blogs, canten sus canciones, hablen de sus medicinas, publiquen sus textos, díganle a todo el mundo que hacen cosas hermosas, pues cuando las comparten todas nos transformamos.