He tenido la sensación desde niña de que la vida no era realmente lo que estaba pasando, sino algo que vendría después, cuando empezara el instituto y pudiera vivir sensacionales historias de amor, cuando fuera a la universidad y tuviera libertad para hacer lo que quisiera, cuando pudiera viajar sola y conocer cada día un nuevo territorio lleno de estímulos, cuando tuviera un trabajo y por fin dinero, cuando tuviera una casa y pudiera escribir, etc, etc. Lo por llegar era siempre algo anhelable y maravilloso en mi imaginación, mientras que la etapa actual siempre se me quedaba pequeña. Yo siempre quería más, mejor y más rápido.
Unos días atrás, la maestra de budismo Kelsang Sangden, mientras compartía en clase las enseñanzas del Dharma, mencionó el ejemplo de lo que sucede cuando vamos a un hotel de 5 estrellas. La más mínima arruga sobre la cama nos molesta, porque nuestras expectativas son astronómicas. En cambio, en el hotelito de una estrella, no le ponemos pegas a la arruga, ni siquiera al aire acondicionado que no funciona y a la tele de los años 90. Nos alegra tener un lugar donde pasar la noche, incluso puede que nos ofrezca cierta calma la austeridad.
Confieso que la mayor parte del tiempo he pensado que la vida sería una noche en ese hotel de 5 estrellas impoluto y alucinante. Que un día llegaría esa noche y entonces todo estaría resuelto: todas mis preguntas, mis deseos, mis problemas. Lo tendría todo con solo abrir la puerta del minibar. ¿Y después? Nunca pensé en el después. No importaba. La meta estaba ahí. Después, como los fanáticos del vive rápido, muere joven, podía sencillamente, extinguirme.
Una de las frases que más he escrito últimamente en mi diario era que mi verdadero deseo era «estar en la vida». Las palabras llegaron un día, pero ha sido en la repetición que sus posibles significados empezaron a derramarse en mi conciencia. «Estar en la vida» significa cosas como sentirme cómoda en mi cuerpo, enfrentar cada nuevo día con alegría y confianza, disfrutar de vincularme con otras personas conocidas y extrañas, encontrar calma dentro de mí y ese asombro genuino que da un poco de risa contagiosa y al mismo tiempo nos devuelve la presencia de lo sagrado en las cosas más pequeñas. Estar en la vida: romper la murallita que me ha separado tanto de las cosas del mundo. Pero sobre todo, estar en la vida significa hoy, para mí, aceptar lo que me está pasando ahora, querer estar aquí, en el umbral que tira de mi vieja piel hacia atrás y del resto de mi cuerpo hacia delante, sabiendo que crecer duele y decidir dejar de huir.
Muchas personas de mi generación tenemos una tendencia a la huida que alguna vez escondimos debajo de identidades viajeras o de otras evasiones de la realidad. También nosotres fuimos consideradxs desde niñxs como hoteles de 5 estrellas, y cargamos sobre nuestros hombros grandes visiones de lo que habríamos de hacer con nuestras vidas (niñas perfectas, ¿cuántas por aquí?). Esos viajes, esas escapadas de la vida tal y como se nos proponía desde afuera, se convirtieron en formas exóticas de la huida. En muy dignas maneras de ausentarse de la expectativa dorada que debíamos cumplir. Y con razón agarramos la mochila y salimos corriendo.
«Estar en la vida» para mí hoy es lo contrario de huir de la vida. De lo real, quiero decir. De los días que te despiertas llorando. De acompañar la salud de quienes amas e intentar animarles. Del cansancio. Del chocolate después de comer. De alcanzar tener un sueldo como el que soñaba hace 10 años y que ya no rinda porque la mantequilla cuesta 70 pesos. Del cuerpo insensible o demasiado sensible, dependiendo del estado del cielo. Del paseo en bicicleta que da ganas de cantar. De la risa con amigas a través de la pantalla de zoom. Cada quien tiene sus goces, duelos y pequeñas ceremonias. Hay que conocerlos. Es necesario saber cuáles son esos gestos que nos permiten resistirnos al impulso que alguna vez liberó nuestra tensión y nos dio algo de libertad. Es necesario reconocerlos como anclas a nuestra humanidad íntima, la que llevamos por dentro.
Hoy hablaba con C sobre la madurez que las circunstancias, a ambas de diferente manera, nos están obligando a aceptar. Compartimos nuestro proyecto de corazón, una escuela de escritoras que con casi ocho años empieza a independizarse de nosotras, así como lxs niñxs un día se hacen mayores y exigen de la vida cosas distintas de lo que su familia había planeado para ellxs. Nosotras, como suelo fértil de la escuela, a veces vamos por detrás, con la lengua fuera porque el grado de responsabilidad y madurez que pide el siguiente paso modifica de forma profunda también quienes creemos y decimos que somos. Pero esa madurez, desde la permanencia, desde este «estar en la vida» que no evita el dolor y el crecimiento, que, al contrario, encuentra en cada desafío una oportunidad para seguir explorándose, ahora me parece un gran plan. Alguna vez palabras como compromiso y disciplina empezaron a parecerme sexys. Hoy me excita la conciencia del reto y la fuerza potencial que crece dentro de mí cuando acepto radicalmente las circunstancias presentes.
¿Qué significa para ti «estar en la vida»?
Te leo.
con cariño,
mari
Estar en la vida para mí es vivir el presente, ser consciente de cada una de las emociones y sensaciones que sentimos cada día, no huir de ellas tal como comentas. Intención, foco, atención, presente. Todo eso es estar en la vida. Nada más y nada menos.
Gracias por tus letras.