La narrativa secreta de nuestra vida
Encuentra tus relatos perdidos a través de la escritura
Comencé a escribir cuando era muy pequeña. Siempre me fascinaron los signos sobre las páginas y mi madre, que era profesora, me enseñó a dibujarlos como si fueran objetos de la vida cotidiana. La A era una casita, la S una serpiente y la M un par de montañas con picos helados. Tenía un mundo interior expansivo, lleno de imágenes, y la escritura llegó para darle una primera forma a todo aquello que no sabía cómo expresar. Tuve suerte de que mi madre supiera leer esa necesidad que yo aún desconocía. Me estaba dando la posibilidad de registrar mis ideas y dar sentido al mundo que me rodeaba. No tardé en tener diarios secretos, en escribir cartas, en leer apasionadamente los libros que llegaban hasta mí solo para desear emularlos, reescribirlos, desde mi propia perspectiva.
En un libro muy hermoso sobre la práctica analítica que se llama La nostalgia de la memoria, Aldo Carotenuto —un analista italiano sensible como pocos— escribe que las personas que anotamos los sueños, llevamos un diario o escribimos poesía mostramos indicios desde muy jóvenes de que nuestra condición existencial es la búsqueda de respuestas ante el sufrimiento. Hay un grito interior que nunca cede, un deseo de entender por qué sentimos tanto y tan diverso. En última instancia, esos sentimientos son los que conforman nuestra idea del yo, así que podríamos decir que encontrar una respuesta ante el sufrimiento es lo mismo que encontrar una respuesta a la pregunta más humana que existe: ¿quién soy? Queremos sumergirnos en las emociones para darles una forma conocida, porque así podemos convertirlas en objetos y seguir diciendo «yo soy» a través de ellas. Decimos: yo soy sensible, yo soy alegre, yo soy intensa, dramática, empática, enojona, soñadora… en un intento de definir quiénes somos. Ojalá las casitas, serpientes y montañas nos sirvieran para reflejar eso tan profundo que somos, como lo hicieron la primera vez, pero la verdad es que no alcanza. El intento de decir dura toda la vida. Es una pulsión, un instinto de supervivencia: el lenguaje apacigua el desborde y lo ordena como puede. Y hay que reconocer que algunas veces lo hace de una forma bellísima, pues todas las artes reflejan de una manera universal algo que primero fue íntimamente experimentado como una emoción.
Por eso puedo decir que la escritura ha salvado mi vida una y otra vez. Tal vez no se lanzó a mi rescate cuando estuve a punto de morir atropellada, pero ha estado a mi lado tanto en la belleza como en la enfermedad, como un matrimonio bien llevado. Con la escritura he descubierto que puedo experimentar el presente de una forma mucho más profunda que solamente estando en él. Me lo imagino como si pudiera añadirle nuevos ingredientes al pan de la vida —en lugar de aceitunas y sésamo, le pongo metáforas y puntos de giro— que lo hacen más sabroso. Gracias a esta visión narrativa de la realidad y de la identidad, cualquier gesto cotidiano que pudiera parecer repetitivo e intrascendente, revela sus aspectos simbólicos y toma su lugar en el gran tejido de mi historia personal. Esto incluye las crisis: momentos de intensos sufrimiento que, observados desde una óptica de cuento, son tan necesarios como todos los demás.
En este capítulo del Río bajo el Río vamos a explorar juntas de qué va eso de la «identidad narrativa» y cómo utilizar la escritura para indagar en ella puede ayudarnos a flexibilizar las historias que nos contamos sobre quiénes somos, comprendernos mejor a nosotras mismas y a las demás, sanar viejas heridas y en última instancia, como siempre, construir una vida más significativa.
¿Vienes?
De qué vamos a hablar hoy
1. La identidad como narración
2. La máscara como personaje principal
3. La crisis como punto de giro en tu narrativa secreta
4. En busca de los relatos en sombra: Invitación a la práctica
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a caminar en belleza para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.