Lo que aprendí en 2022
Estoy muy feliz de que termine 2022, y no porque haya sido uno de esos años malos que una está deseando dejar atrás, pero también confieso que tengo muchas ganas de ver qué trae 2023. Siento que 2022 ha sido un año sumamente importante —si no el que más— en lo que respecta a hacerme cargo de mi propia vida, a una maduración interior que no me esperaba. Y me refiero aquí a una responsabilidad integral que es, ante todo, un ejercicio de honestidad conmigo misma que nunca me había permitido darme. He dedicado gran parte de mi tiempo no solo a conocerme a mí misma, sino a aceptar lo que se iba revelando, en especial en aquellas partes en sombra que sabía que existían pero siempre trataba de tapar de alguna manera. Y han llegado los últimos días del año y cuando miro hacia dentro siento orden y el llamado de la coherencia empezando a hacerse muy muy audible. Algo dentro de mí quiere aplaudir, quiere decirse: joder tía, mil gracias, te lo has currado un montón y se nota. Cuando me lo imagino, siento que mi masculino interior —la energía que estructura, decide, discierne, materializa— se siente por fin reconocida y vista, después de tantos tantísimos años de autocrítica y autoexigencia.
Si tengo que hacer un balance rápido del año en lo que refiere a mi vida interior, diría que este ha sido el año de enfrentarme al miedo y animarme a habitar la incomodidad que me trae. Me he dado cuenta de que este miedo estaba cubriendo cada ínfima parte de mi vida con su asfixiante manto. Una por una he ido observando estas partes para acabar entendiendo que muy en lo profundo llevo puestas las gafas del miedo allí dónde voy, y por ende actúo siempre con el miedo como escudo, nunca liberándome del todo por no estar segura de qué habrá al otro lado ni si podré soportarlo.
Es curioso, porque en la parte más superficial de cada conflicto, insatisfacción, deseo de transformación o inquietud acerca de cuál es mi camino, no se me hubiera ocurrido imaginar que todo fuera en realidad parte de una misma raíz. Pero creo que tiene sentido. El miedo es posiblemente la emoción más básica que sentimos, igual que la sienten los animales, incluso las plantas, según leí hace tiempo en el mítico libro de Tompkins y Bird. Yo he estado llena de él desde que puedo recordar; mi largo camino acompañada de la ansiedad supongo que lo demuestra, y aunque estoy aprendiendo a liberarme de relatos obsoletos como este, no puedo dejar de reconocer lo importante que ha sido vivir siempre un cuerpo desregulado e incómodo.
En alianza con las plantas y los hongos, este año he viajado al centro de ese miedo. Lo conté aquí y aquí porque fueron dos grandes hitos de mi camino personal. Pero hay mucho que no escribo públicamente. Este año, por ejemplo, estuve poniendo el foco en mi sexual!dad herida, algo que sigo trabajando y a lo que deseo dedicar mi trabajo interior de 2023. Investigándome y explorando mi entorno me he dado cuenta de que hay un inmenso tabú que no se nombra. Pienso en Betty Friedan y en su mística de la feminidad, en esos Voldemorts inefables que necesitan de mujeres valientes que los nombren y les den un espacio para reelaborar la historia compartida. Estoy hablando en este caso de las tremendas heridas de abuso y v!olación que muchísimas mujeres cargamos y que nos están haciendo cuestionarnos profundamente cómo queremos vincularnos cuerpo a cuerpo con los demás, además de con nuestra creatividad, y en general con el mundo, porque deseo, vínculo, cercanía, intimidad, creación… son todo cosas que tienen una vinculación directa con nuestras sexual!dades. Ojalá algún día me anime a publicar algunas cosas que he estado escribiendo sobre todo esto. De momento me siento demasiado vulnerable para sostener esta conversación de forma colectiva y siento que necesito madurar todo lo vivido y experimentado antes de compartirlo.
Hace unos días os proponía en Instagram que pensáseis qué consejo le daríais a la mujer que inició 2022. Yo llevo unos días masticando la misma pregunta para mí misma, y aquí dejo algunas conclusiones:
Lo primero que le diría a la Marina que empezó 2022 es que no pierda más tiempo obsesionándose con la forma de las cosas, con saber exactamente qué hace, en qué consiste y por qué, y que se abra a experimentar la guía interna que ella sabe que posee. Le diría que esa guía interna habla en las caminatas, en la cama antes de dormir, en los viajes por carreteras desconocidas, habla en el café de mañanita, habla cuando en apariencia está descansando o no haciendo nada. Me ha costado aprenderlo, solo a final de año me permití soltar mis propias expectativas y dejar a la vida sencillamente ser. No sé cómo di ese salto —bueno, sí lo sé, fue con la ayuda de Resonance Repatterning principalmente— pero ha sido un antes y un después. El gran cambio que siento es que puedo dejarme sostener. Ya no tengo que hacerlo todo sola, tomar tantas decisiones, pensar un día sí y otro también en «lo que estoy construyendo» como si eso fuera algo inamovible. Puedo solamente esperar a que suceda, algo sumamente extraño para todo mi fuego ariano interior. Creo que en definitiva este punto tiene que ver con haber recordado que estoy al servicio de la Vida, y que para mí eso significa hacer cuenta de que hay planes más allá de los que mi ego proyecta para sí. Planes maestros, quiero decir, evolutivos y que involucran a todas las especies. Y que cuantos más planes hago yo, menos me abro a escuchar el plan universal.
También le diría que no tardase tanto en dejarse sostener en espacios terapéuticos donde la atención pudiera estar enfocada en ella misma, que parece mentira lo que le cuesta abrirse en realidad, permitirse ser ella la vulnerable. Desde comienzos de año he podido recibir acupuntura con frecuencia y eso me iluminó el corazón. No puedo explicar cómo algo que en apariencia no podemos ver puede resultar tan sanador. Creo que sentir los beneficios de la medicina china en mi cuerpo y en mi espíritu me animó a comenzar mis estudios formales de terapias energéticas, que junto con la herbolaria, la visión simbólica y la escritura empiezan a nutrir algo que siento que un día encontrará esa forma de la que hablo y entonces nacerá en el mundo de las cosas y ya no será mío.
Además de la medicina china, las plantas y los hongos, Resonance Repatterning ha sido mi mayor medicina. A medida que he ido profundizando en el aspecto de mi psique he podido entender cosas para las que antes solo tenía hipótesis —malas hipótesis además—. Poco a poco me voy animando a habitar mi cuerpo de una forma que nunca hubiera pensado; quiero decir: la forma total de mi cuerpo, pues siento que he vivido casi toda mi vida en un estado de tensión permanente, haciéndome chiquita ante el mundo para no molestar, obviando mis límites una y otra vez para alimentar la fantasía del amor romántico, familiar, laboral y amistoso. Para comprender esto ha sido de gran ayuda tomar terapias somáticas y de liberación emocional. En realidad, todo está unido, y es gracias a unas y otras cosas que he podido ir recomponiendo el puzzle de mi universo interior, que siempre había sentido abrumador y desordenado.
Por último le diría a la Marina de 2022 que saber lo que quiere no es un ejercicio de la mente, sino del alma. Que experimente lo que quiera, pero que deje de mirar afuera para saber cómo lo hicieron otres que parecen tener la respuesta que a ella le falta. Sin duda este año he ganado en confianza y eso en parte está teniendo que ver con saber delimitar muy bien dónde la compañía, el consejo o la sabiduría de otres está aportando o asfixiándome. Es algo que sigo aprendiendo (como todo lo demás), pero me encanta la coherencia interna que me trae el haberme dado cuenta de que yo misma tengo que crearme una vida, crearme mi vida, hacer mi vida, por mucho que otrxs lo hagan diferente o piensen que lo que estoy eligiendo está mal. Será mi responsabilidad fallar o lograrlo porque lo más importante será en realidad haberlo experimentado y desprenderme poco a poco de la omnipresente mirada ajena.
Esto es muy importante para mí, quizá mi gran revelación: cada día me importa menos esa vocecita interior que me culpa por tener el foco siempre puesto en mi interior. Por hacerle caso a esa vocecita he estado durante años acompasándome a la mirada exterior, siendo correcta y diciendo las cosas a medias para no herir sensibilidades, siendo injustamente humilde (una humildad que roza la arrogancia, he llegado a pensar) y sobre todo anteponiendo el deber ser a lo que realmente sentía deseos de hacer. Definitivamente recorrer el camino del miedo me está reconectando con mis deseos, incluso más allá: me está mostrando qué deseo, porque no lo he tenido nada claro en los últimos tres o cuatro años (quizá nunca). Y esto no significa que de pronto quiero quemar naves y ponerme rebelde e histriónica, creo que habitar la verdad interior significa volverse cada vez menos verborrágica y más directa, lo que redunda en algo más de silencio del que he estado acostumbrada. La verdad que he pensado mucho sobre la idea de éxito que se supone que tengo que habitar, y me descubro deseando ser exitosa en mi satisfacción más íntima: crear para descubrir quién soy cuando lo hago, para transformarme y evolucionar hacia esa versión de mí donde el deseo de mi alma y el de esta cara al mundo que otres pueden ver están muy cerca o incluso son el mismo. En realidad creo que eso queremos todes: escuchar nuestra propia sabiduría interior y seguirle los pasos para que nos lleve por el camino de regreso a nosotras mismas.
Para cerrar, quiero decir que durante este año he logrado sostener prácticas que me costó muchísimo integrar en mi cotidiano. Por ejemplo, tener los findes libres y pasar del móvil, o dejar de pensar que mi valor está asociado a todo lo que trabajo y por ende no permitirme descansar. Felizmente este año me he bajado más de 2000 páginas de los libros de Outlander y pienso seguir dándome esos preciosos momentos inútiles el año que entra. También me ha encantado sostener los lunes de autocuidado, la escritura a diario, mis estudios que poco a poco revelan los vínculos que tienen entre sí, y mientras tanto, hacer crecer mi proyecto colaborativo (Casa Índigo) que por fin se ha convertido en mi trabajo principal bajo nuestras propias normas y necesidades. Esto me llena de orgullo y satisfacción de la buena, de verdad.
Esta temporada en España, en mi tierra, me está enseñando un montón acerca de otras cosas que hoy por hoy no puedo ver completas, pero si hay un titular que me convoca para 2023 es este: no temerle a la coherencia ni a la incertidumbre incluso cuando se sabe de antemano los profundos cambios que va a traer. Son palabras incómodas, creo, pero en cada una voy encontrando inmensos regalos para estar más en paz conmigo misma y con el mundo que me rodea. Voy reuniendo valor porque siento que lo que traiga esa coherencia moverá y mucho mis suelos más sólidos.
En resumen, empecé 2022 muy insatisfecha y termino el año sabiendo por qué y habiéndole dado a esa insatisfacción pleno derecho para habitarme y contar su historia dentro de mí. Como auguró una bruja hace muchos años, he vivido una muerte muy profunda en mi interior y para 2023 lo que anhelo es poder vivir con igual dedicación el renacimiento que vendrá.
Con amor,
M