Hace unos días contaba en un audio cómo me inicié en el universo del herbalismo y el trabajo con las plantas. Era un relato sin dudas optimista, es mucho lo que se deja afuera cuando se narra una parte importante de nuestras vidas en solo diez minutos. Unos días después de aquello tuve una recaída en la ansiedad y (de nuevo optimista) decidí tomar este recordatorio incómodo como una invitación a continuar esa historia con un poco más de profundidad. Así que, aquí va.
Todas las disciplinas y saberes que he ido explorando en los últimos diez o doce años llegaron a mí cómo un intento de curarme de la ansiedad, incluido el herbalismo. Y digo curar, porque al principio así era: sentía que estaba rota en alguna parte dentro de mí, que era profundamente diferente al resto del mundo, y eso me llevaba a buscar incansablemente la cura que me volviera otra vez “normal”. Con el tiempo fui mudando de la cultura de la píldora que arranca síntomas a una cosmovisión más personal en la que bucear en las profundidades de mis problemas se vuelve no solo el único camino para comprenderlos, sino también una fuente de preciosos tesoros.
En este cambio de mentalidad me fui haciendo amiga de mis dolores: primero los volví casas en las que habitar, hasta que me di cuenta de qué tan peligroso podía ser identificarse demasiado con la herida (por eso dejé de autonombrarme como ansiosa, y pasé a decir que a veces tengo ansiedad) y a partir de ahí empecé a considerar a mis heridas puertas hacia otros lugares de expansión de mi alma en todos sus planos: emocional, mental, física y espiritual. Entonces apareció la sanación, que para mí se vincula íntimamente con la creación, mi primera medicina. Ambas, sanación y creación, siento que van de la mano. Gracias a que puedo mirar de cerca las cosas que he vivido y crear algo bello a partir de ahí es que mis heridas se van cerrando poquito a poquito.
En el cambio de paradigma de la cura a la sanación aparecieron las plantas. Me estaba enfrentando seriamente a los diagnósticos alópatas empeñados en medicar a mis preguntas y dudas, y sobre todo a la permanente sensación de separación que es la raíz de la ansiedad. Las plantas me ofrecían una posibilidad de regreso a un pensamiento de unidad donde podía no estar disociada de mi primera madre, la naturaleza, y reaprender el antiguo idioma del corazón. Inicié ese camino con la mente, como contaba en el audio. Eso responde a mi forma de ser esencial, que anhela el conocimiento sobre todas las cosas. Aprendí lo que necesitaba saber para comenzar una relación segura de lo que hacía en mí misma, y también en otras personas. Creo que también me sirvió para entender en realidad cuáles eran las posibilidades del vínculo. Este conocimiento sobre el universo espiritual de las plantas fue mi mapa de regreso a una casa de la que me sabía extraviada.
Y volví. Y aquí estoy. El Misterio siempre, mi primer ancestro, me guía en mi caminar por senderos muchas veces raros y que, aunque trate de poner en orden aquí, para narrarlos, son mucho más caóticos y tienen muchos más puntos ciegos de lo que parece.
En el episodio de ansiedad de la semana pasada volví a sentir cómo perdía mi cuerpo. Es una sensación demasiado conocida para mí, la he experimentado muchos años en silencio y sintiéndome muy sola e incomprendida. Todavía lo hago. La mayoría de la gente no entiende lo que se siente en un ataque de pánico que no tiene ninguna referencia en la realidad material. Y es verdad que por fuera todo parece normal, pero por dentro la experiencia interna es angustiante. Mi mejor definición hasta el momento es que se siente como estar muriéndose sin llegar a morirse del todo, aunque en verdad he experimentado tantas formas de la ansiedad que me quedo corta. Me he mirado en el espejo sin reconocer a la chica que me devuelve la mirada, otras veces he tenido que decirme con seriedad que estas manos que agarran el vaso del que estoy bebiendo son las mías. Tengo tantos ejemplos, tan sofisticados algunos, de cómo responde mi cuerpo ante el estrés, que algún día escribiré el cuento de mi proceso, como decía Anzaldúa.
El pasado sábado lo que sentí en medio del pánico fue algo nuevo: un cansancio y una tristeza atroces. De pronto puede ver a la joven Marina que durante todos estos años ha vivido en un estado de alerta constante, tocándose el corazón para asegurarse de que no se para en medio de una taquicardia que dura horas o cultivando veinte tipos distintos de respiraciones en tardes perdidas de domingo. La chica que inventó mil maneras de deshacerse de la horrible sensación de estar volviéndose loca o a punto de explotar porque la música está demasiado alta o hay demasiados estímulos. Y en ese reconocimiento me permití llorar un poco y jadear lastimosa, abriéndole canal a un dolor que cada vez tiene más cara y menos sombra.
Sé que hay mucha gente viviendo con ansiedad, es la patología de nuestro siglo. En mi experiencia, no sirve de nada entrar en una batalla interna con nuestro sistema de defensa, tratar de arrancar los síntomas y rezar para que un día haya desaparecido. Es más profundo que eso. Es un regreso al cuerpo que hemos deshabilitado como principal conocedor de lo que nos rodea y como interlocutor fiable de cómo necesitamos sentirnos y actuar para sobrevivir. Al perder el cuerpo —culturalmente, me refiero: las adicciones al deporte, el sexo y la medicina estética son tres ejemplos de cómo puede volverse un anhelo doloroso tratar de regresar a él— nos quedamos medio flotando en el aire, viviendo como muñecos cabezudos, desenraizados. Para volver a tocar tierra, necesitamos recuperar el vínculo sagrado que lxs seres humanxs tenemos con él y con la naturaleza.
El sábado, en medio del pánico, decidí volver a casa. Antes habría ido hacia delante, ocultado los síntomas bajo la alfombra mientras pudiera, respirado mientras sonreía para no incomodar. E me entendió y me acompañó. Lo primero que hice fue pedir ayuda a mi botiquín de plantas y flores (que por cierto vive en la cocina, ese lugar tan denostado y que sin embargo ha sido siempre el lugar de la alquimia). La Rosa, que ya me venía acompañando desde hacía algunos días (y que anda floreciendo con la primavera en todas partes) acudió al llamado la primera. No puedo decir cómo, pero la sentí, es una forma de la intuición que voy practicando y practicando. Justo detrás estaba la Melisa, otra maestra del corazón y la tristeza. No lo sabía antes de prepararme la infusión, pero más tarde meditando con ambas, me hablarían de un dolor antiguo que traigo de parte de mis abuelas y abuelos. A la luz de la vela, escribo y me voy relajando poco a poco, recuperando mi centro.
Después de aquello durante varios días me he sentido rara. Sigo apoyándome en las plantas y la escritura como grandes anclas que me mantienen en el tiempo presente, sin dejarme arrastrar por las sensaciones que no puedo controlar. Me doy cuenta de que mi diálogo con el cuerpo está avanzando. Por ejemplo, antes no sabía por qué escribir me hacía sentir bien y no le daba valor, lo hacía desde el impulso, ahora sé que es la forma en la que regulo mis nervios y por eso mis mañanas trato de que sean sagradas. Que mi diario es mi medicina lo he sabido desde que era niña, ahora sé que no es una medicina que solo me sirve a mí, que la escritura nos sirve a muchas cuando necesitamos volver a nuestra casa. Por eso la recomiendo siempre tanto y deseo que todo el mundo pueda hablarse íntima y honestamente a sí mismxs.
Gracias por leer, y antes de irme, una invitación:
Me gusta pensar que cada experiencia que ideo para compartir con otres es, ante todo, un ensayo abierto. Nunca sé qué sucederá, y casi siempre me acompaño de la energía de las primeras personas que se suman al espacio para crear los contenidos que después formarán el programa del taller. Así lo he hecho siempre y de verdad creo que, aunque mi voz es el canal para aterrizar el conocimiento y la inspiración desde una primera persona de carne y hueso, es una co-creación con vosotras y con todo lo invisible.
En este caso, las cartas semanales de Los lenguajes del verdor comenzaron a escribirse hace un tiempo. Fue un impulso febril, y eso es para mí una buena señal siempre. Y así se van escribiendo los monográficos sobre las tres plantas maestras que nos acompañarán durante tres meses desde la materia (tomándolas) y también desde el espíritu (hablándonos). Se van reuniendo alrededor del fuego interior las prácticas de escritura que quiero proponeros para conectar y reconocer la profunda naturaleza que somos y aprender a escuchar los lenguajes de lo más allá de lo humano. Voy preparando medicinas cada fin de semana, y pidiéndole a las plantas amigas que allá donde estén las personas que serán parte de esta primera familia-verdor empiecen a recibir sus llamados y mensajes a través de los sueños…
Si eres alguien que también sueña con flores y rizomas, que siente las ganas de adentrarse en el idioma de la naturaleza, preparar sus propias medicinas para cultivar cuerpo y alma, y seguir viajando hacia la feminidad consciente desde aquí, te invito a participar en Los lenguajes del verdor.
Empezamos el 4 de junio.
Precio especial hasta el 4 de mayo.
Tres meses juntas y cerquita a través de la escritura, la voz, la magia y las sincronías.
Con amor <3
marina