¿Pueden las palabras amar a quien las convoca?
Hace unas semanas sentí el impulso de abrir un nuevo blog, quizá en un arranque de nostalgia de aquellos 2010 en los que internet se estaba convirtiendo en un contenedor para muchas voces y una forma expansiva, además, de vincularnos y de trabajar. Registré la dirección, pero en cuanto recibí el email de confirmación, me alejé, consternada por la posibilidad de estar intentando revivir un tiempo muerto. Ni siquiera hice login. Creí que se me pasaría con los días esta picazón de abrir una página en blanco y escribir, pero no ha sucedido. Así que ahora estoy aquí, preguntándome si la nostalgia es pasajera o si hay algo más, un deseo latente de algo que no sé definir muy bien por ahora. Me gusta esa idea de escribir para descubrir lo que se quiere decir, a lo Marguerite Duras. A eso vengo, en el fondo, a restituir una relación importante, a volver a sentir amor por lo que más he amado, este volcar palabritas en algún lugar que existe también para quien lo quiera encontrar. Además, anhelo profundamente que esta escritura también me pueda amar a mí. ¿Pueden las palabras amar a quien las convoca?
Sospecho algo y lo enuncio a ver si crece. Lo que deseo es escribir por placer y sin más finalidad que la escritura misma, volver el habla generoso, y aquí, sí, la nostalgia de otros tiempos: hacer algo que sea secretamente público, vinculado y desvinculado de la producción capitalista al mismo tiempo, algo que se esconde de sí mismo sin éxito, algo místico como siempre lo ha sido hablarle a nadie en voz alta, diseñar incluso un arma arrojadiza que resista a las ideas de tiempo, estatus, dinero. Me rio de mí, tierna inocencia. Pero al mismo tiempo siento que es el gesto más genuino que he podido hacer en mucho tiempo. Desde que tomé esta decisión de hacerlo por mí me siento entusiasmada. Entonces me rio y me respeto de una manera que de pronto me asombra.
Esta no es mi primera prueba. Ya tuve dos diarios virtuales, uno de viajes —decía—, que hace algo más de un año borré de internet, no sin esconder la cabeza entre las manos avergonzada. Aun así, le reconozco a esa mujer que fui el enorme coraje. Exploraba, beatificaba y jugaba con todo, la admiro y la extraño. Yo ya estoy vieja, la escritura se me escapa, ya no sé cómo jugar. Aquel diario duró 6 años. Quizá más, he olvidado muchas cosas.
El otro ya no sé sobre qué iba. Supongo que sobre la vida y escribir, la obsesión raíz, me digo, sin poder escaparme. Aprendo a aceptarlo lentamente, a verme como los ciegos se ven después de recuperar milagrosamente la visión. Escribía sobre escribir y tenía el nombre de la pizarkniana protagonista de un cuento que me inventé en la universidad. Ese nombre me ha servido por tantos años. ¡Ahora me doy cuenta! Pero voy a matarla. Lo haré honrando todo el camino recorrido. Gracias, porque sin escritura no hay gratitud. Una resurrección necesaria, un cristo desnudo saliendo de su tumba, energía creativa dejando la fase de ensimismamiento y contracción para volver a vibrar. ¿Para eso sirve un blog?
A lo mejor solo quiero pensar en estas cosas en voz alta, disfrutar de que exista un interlocutor invisible al otro lado. Darle entidad a la primera ley de mi mundo: todo en el universo es vínculo. Creer que a alguien le importa. O que no me importe siquiera.
O solo quiero recordar con nostalgia esos otros tiempos que he mitificado y amaré por siempre. Quizá este blog nunca crezca y resulte ser solo un obituario tardío.
O ver qué pasa cuando lo viejo se vuelve vintage, cuando se recupera algo valioso que se había dejado a un lado en la velocidad del presente. Pensar que está de moda aquello de contar lo que ves y lo que piensas otra vez.
O cómo se siente salir de la escritura domesticada de instagram. De su corrección política. Del consumo de lectura. Volver a la lectura amable, voluntaria y comprometida. No competir por la atención de nadie. Tener mi propia casa.
O redescubrir lo que significa poder escribir un párrafo infinito. Poder patinar. Poder enfarragarme en la página. Decir sexo drogas violencia tetas y covid sin represalias del algoritmo. Decir palabras chiquitas también, esas que pasan felizmente desapercibidas. No ser más creadora de contenido. Ser autora. Ser solo alguien que se empeña en seguir buscando. Que rescata la página en blanco. Que escribe en los márgenes de las biblias y los pasaportes. Que anhela un otro lado.
Me ha costado un poco llegar hasta aquí. Ya nunca escribo, me digo tantas veces. Fue como abrirme paso en la maleza. Caminar sin ver. Anotar atisbos y nada más, casi intuyendo.
Pero me ha gustado.