Una autobiografía interior en construcción
Sobre la resistencia y el movimiento en el proceso creativo
A principios de año me propuse publicar un ensayo cada semana durante todo 2024. Fue un pacto conmigo misma que nació desde el amor, no desde la autoexigencia. Quería ver qué sucedía cuando dejaba de posponer la escritura, aunque eso significara ceder un año de crecimiento en lo que tiene que ver con acompañar, guiar y sostener espacios de autoconocimiento y creación consciente, que es a lo que me dedico aquí y en Casa Índigo. Como todos los pequeños hábitos que tratamos de incorporar, las dos primeras semanas me sentía una mina de ideas y deseo. Comencé al menos 10 nuevos ensayos, que quedaron en stand by en mi escritorio digital. Las dos siguientes sentí que la transformación era un hecho, que todo fluía. Daba saltos de alegría. Y las dos últimas… Bien, tuve que asumir que la inercia natural de los hábitos siempre es caerse. La semana pasada me encontré escribiendo el domingo por la noche para no fallarme a mí misma. Y aunque lo logré y quedé contenta con el resultado, no me gustó el gesto. Había vuelto a hacer lo que trataba de evitar, posponer lo que amo hasta el último momento, con la excusa (tramposa) de que siempre hay algo más importante que hacer.
Hoy es jueves y, aunque me había propuesto seguir escribiendo dos de esos ensayos que comencé días atrás, me he descubierto resistiéndome. Creo que sé la razón: están enterrados bajo muchas anotaciones que se ha ido acumulando, y el gesto de ordenar, tejer y reescribir puede ser el más pesado de todo el proceso creativo. Pero hay otra razón más: son textos que me importan, porque desarrollan ideas que están siendo importantes para mí en lo que respecta a escribir en primera persona y el mestizaje cultural. Entonces hay algo de miedo, supongo, algo de pereza, algo de no saber hacer, algo de altas expectativas y un largo etcétera.
Cuando se trata del proceso creativo, una creadora necesita conocerse. En El Semillero —la formación intensiva para escribir un libro que acabamos de comenzar— insistimos todo el tiempo en esto: es increíble compartir secretos y prácticas sobre cómo logramos trascender esas fronteras y resistencias que vamos hallando en el camino de crear, pero lo más importante de todo es estar atenta a cuáles de esas formas funcionan para cada quién y cómo tienen que alquimizarse para empezar a pertenecerle a una con la misma intimidad con la que se cultivan los vínculos.
Así que, ante mi resistencia, me detengo. Está claro que no es el momento de esos ensayos. Ya he aprendido que la escritura necesita reposo, que el estado de semilla trae incertidumbre, pero también que los brotes suelen llegar cuando menos lo esperamos. Entonces agarro la bici y salgo a pedalear por esta ciudad que recibe los primeros días de primavera, con una brisa cálida que hacía tiempo no se dejaba sentir, y las primeras flores moradas de las jacarandas cubriendo el cielo. Recorro las calles arriba y abajo mascando mi problema y llena de goce; nada me gusta más que escribir mientras me muevo, aunque requiera de trucos extra para colectar una escritura tan efímera que con el próximo soplo de aire tenderá a desaparecer. Agarro al vuelo la certeza de que en mi proceso creativo el movimiento es una puerta de acceso a la escritura, y no algo que me ayuda a procrastinar. Más al contrario, quedarme frente a la pantalla sufriendo por la falta de palabras es lo que me tensa y me defrauda. Cachado: nunca más.
Cuando me propuse escribir estos ensayos semanalmente, anoté cuatro reglas personales en el comienzo del documento donde semana a semana voy creando. El primero dice: publicar semanalmente. El segundo, aprovechar este compromiso para trabajar en mis diarios, algo que me parece inabarcable porque escribo mucho todos los días y releerme me aburre soberanamente. El tercero dice: dejar que prosperen las ideas, poner al tiempo de mi lado. Y el cuarto: ser radicalmente honesta.
Podría haber sido deshonesta conmigo y con quienes me leen, forzando que una idea que todavía no prosperó madurase sus frutos como en la nevera de un supermercado, pero «cumplir» nunca fue el punto. El punto fue dar un paso más en mi propio oficio de escritora, bajar un nuevo escalón hacia las profundidades de esto que siempre quise hacer. Para probarme, para comprometerme, y sobre todo para nutrir un alma exigua y que necesita del alimento simbólico que solo la creación y la presencia pueden ofrendarle.
Mientras pedaleaba hoy en la del Valle buscando un cafecito al sol donde detenerme a bajar las ideas, me estuve preguntando algo más: ¿qué trato de hacer aquí, para qué es realmente este espacio? Y las palabras de Deborah Levy vinieron a mi mente: lo que estoy construyendo es una autobiografía en construcción. Acto seguido llegaron las de Jung: una autobiografía interior, la única que en realidad le importó, y a mí también me importa.
¿En qué consiste? ¿De qué está hecha una autobiografía interior en construcción? Podría aventurarme, ponerme teórica. Pero creo que por esta vez voy a guardar silencio y dejar que los textos y su forma —cómo se organizan, cómo funcionan unos junto a otros, qué preguntas abren, responden, concretan y cierran, cómo esta autobiografía dialoga con otras autobiografías hacia atrás y hacia los lados, es decir, con vuestros propios textos y comentarios que también me compartís— hablen por sí mismos.
Y tú, ¿sabes cómo funciona tu proceso creativo, sabes qué es lo que te paraliza y te ayuda a crear? Te leo en comentarios.
PD. Todas los retratos que ilustran este ensayo son de la artista estadounidense Danielle Mckinney
Cuando te leo, siento que no necesito leer a nadie más, ni siquiera a mí misma. Aprendo tanto contigo! PD: qué bueno que cuentes que te aburre leer tus diarios, a mí me pasa y me sentía con algo de culpa, jajaja. Te quiero!
Creo que actualmente me paraliza sentirme ajena a las palabras, como si no pudiera encontrar la palabra exacta, la más hermosa y pertinente, pero sobre todo la más honesta. Gracias por compartir, Mari❤️