Una identidad esencial
Estoy investigando para un nuevo proyecto, más bien es un proyecto antiguo que con el paso de los años se va renovando, así como mi compromiso con él. Para ello, leo los diarios del antropólogo Josep María Fericgla, que durante bastantes años estuvo “estudiando” y conviviendo con el pueblo shuar de la cuenca amazónica ecuatoriana. Fue un libro que compré por impulso antes de que resurgiera mi interés por el tema. Se llama Los jíbaros, cazadores de sueños, aunque me apena un poco que terminara pusiéndole ese nombre cuando desde el comienzo de los diarios escribe que llamarlxs «jíbaros» es despectivo para con la gente shuar.
No es ese el tema; esta tarde —domingo entrando en la primavera defeña— leíamos Emma y yo en un cafecito cercano, uno lleno de plantas a un par de calles de casa, y pensaba en la forma en la que los shuar —cuenta Josep María— piensan la realidad, de una forma que es esencialista y eminentemente práctica, versus cómo la pensamos lxs occidentales, más bien estructuralista y abstracta, basada primero en preconceptos donde la realidad tiene que encajar sí o sí, porque somos el resultado de nuestros intelectos.
Leer sobre cosmovisiones lejanas siempre me ayuda a cuestionar cómo me percibo a mí misma y lo que estoy haciendo en esta vida. Hoy, por ejemplo, me puse a pensar bastante en cómo me he llegado a quebrar la mente tratando de encajar partes de mí que para una forma de ver el mundo basada en la forma, en la morfología, están confrontadas. Eso me ha hecho sufrir tanto como me ha nutrido intelectualmente, pero en la práctica me terminé aburriendo porque todo lo que creaba con la mente después no tenía una correlación real en el plano material, y atenta a esa brecha, preferí ser honesta conmigo misma y dejarlo partir.
Me refiero a cómo me pasé meses pensando qué sería este lugar, este nuevo proyecto, poniéndole hermosos lemas e inventando maneras de mostrarlo por dentro, para luego descubrir que lo que venía a ser, ante todo, es un templo para mi escritura. Me he dado cuenta hoy, leyendo sobre la cosmovisión shuar, de que el problema fue estructuralista, en el fondo: quería que encajara en tal o cual categoría nacida del intelecto, una bien visible además, para terminar de descubriendo que no era por ahí. Así que mientras este espacio tan personal se encuentra en estado contemplativo, me doy el lujo de parar todos los esquemas preconcebidos sobre su devenir y prestar atención primero a lo que la experiencia y la realidad dicen y piden de él.
Y lo que dice tiene que ver con mi identidad básica: esencialmente exploradora, esencialmente cíclica. Esto quiere decir que mi materia de creación surge de la curiosidad, que nada me interroga tanto como el conocimiento, surja de la mente o —cada vez más— del cuerpo, la intuición, los sueños. Entonces, no tengo que encajar en cajones bien estructurados lo que hago, lo que soy (algo que aprendí a hacer a través de curriculums vitae y biografías de instagram), sino que puedo reconocer en la fluidez una forma de ser y de mostrarme que es válida en sí misma, sin querer ser otra. Cíclica: porque lo que hoy amo con fervor mañana me pedirá un descanso. No es un abandono, es una pausa. He aquí algo importante y que me ha dado paz.
Eso me ha dado libertad porque después de varios años de conocerme en mi faceta de dar talleres, por ejemplo, durante el último año me enfrenté a las realidades de mi deseo: me apetecía probar otras cosas nuevas, que me alejaran de ahí. Entonces renació una categoría antigua en la que hacía tiempo no me encontraba: la de escritora. Con mucha alegría esta tarde, y gracias a los shuar, me he dado cuenta de que la esencia de la que parte una y otra cosa es la misma: la niña exploradora que siempre fui, que recaba conocimiento, que usa su curiosidad como brújula hacia delante, y a partir de ahí crea. Si después un saber se convierte en texto o en experiencia, es lo de menos. En medicina, en objeto, de idea que, incluso, se me aparece a mí como un destello cercano, y la agarro, pero después decido no seguirla, sino traspasarla, dársela a alguien más.
Me ha dejado tranquila dejar aparte por un rato la idea cartesiana de que todo tiene una forma, un género, una clasificación. Y eso me trae hasta aquí, hasta la pregunta que me hago a menudo: ¿por qué escribo este blog, debe seguir existiendo?
La verdad, disfruto de hacerlo. Y en el fondo, en un fondo cercano a la superficie en realidad, a mí me fascina conocer los procesos de pensamiento y de autoindagación de lxs demás. Llámenme chismosa, soy autoetnógrafa de mi propia vida, como la gran Anzaldúa, siempre con el ansia por delante de que esto que escribo también le sea útil a alguien más.
Y eso también es sabiduría shuar: si algo es eficaz, sirve; si no lo es, no sirve, y punto. Me pregunto cómo cambiaría mi vida si empezara a regirme más por esa idea tan práctica, y menos por el deber ser y las expectativas.
Así que lo que los shuar me enseñaron, ahora mascado y fermentado como cuando ellxs preparan su tradicional chicha de yuca, lo entrego. La alquimia siempre es la misma: cuando escribimos sobre la experiencia propia, a menudo sucede que se vuelve universal.
Eso espero.
Con amor,
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