Al principio fue algo sutil. Se acercaban mis vacaciones y comencé a sentir otra vez el deseo de dedicar días enteros a leer novelas, como cuando pasaba los veranos en el valle y devoraba libros en medio de un silencio tamizado por el pasar eventual de una moto o el zumbido de las moscas, una imagen que he logrado convertir con el tiempo y la repetición en un emblema del descanso y el placer.
Esta sensación corpórea de entrega al espacio lúdico de la lectura no tenía nada de especial, sin embargo esta vez lo sentí diferente. «Lo siento como si hubiera espacio para algo más», le dije a O en nuestra sesión de terapia, «lo siento, de hecho, como si ya no tuviera que seguir esforzándome para sanar». El gesto que me viene ahora es el de una mujer que, sorprendida, se tapa la boca al decir estas palabras. Se asombra al darse cuenta de que se ha clausurado parte de un viaje interno que ha consumido mucho tiempo, recursos y sobre todo, mucha entrega de sí a comprender el proceso. Se asombra pero se tapa la boca: tenía que decirlo en voz alta para darse cuenta de ello y sus propias palabras le sorprenden.
Ese mismo sábado fui a comprar una novela que años atrás había cambiado el rumbo de mis estudios y dado palabras a algunas de las obsesiones que llevaban tiempo rondándome. En Todo cuanto amé, Siri Hustvedt elabora uno de sus dilemas principales, la identidad, que es también uno de los míos, pero además desarrolla el perfil psicológico del narcisista, una figura que he llegado a conocer bien entre mis afectos. No me di cuenta hasta que comencé a escribir este ensayo de que la etapa que se estaba clausurando con el gesto infantil de taparse la boca era la misma que abrió aquel libro, muchos años atrás. Solo por este insight le doy las gracias a la escritura de hoy. Hay algo invisible que enlaza dos momentos separados en el tiempo por un lapso de años: la recuperación de un espacio interior que había sido tomado hasta el agobio por la necesidad de sanar y de volver a sentirme segura en mi cuerpo, y un libro que habla, precisamente, del misterio que somos los seres humanos y de la imposibilidad de llegar a conocer eso que decimos «yo» por completo, ni en nosotras mismas ni tampoco en lxs demás.
A finales de junio sentí una necesidad real y urgente de estar en silencio cerca del agua y a solas, así que unos días después sobrevolé la Sierra Madre en dirección a la costa y llegué a una habitación rodeada de montes vegetales. Atrás quedaban mis diarios, donde estuve registrando durante varios años el derrumbamiento de una identidad antiquísima, con todas sus percepciones sobre el amor, el trabajo, la salud y la vida, pero también sus proyecciones sobre la persona en la que creía que tenía que convertirme. Fue una decisión pensada. Quería enfrentarme con el folio en blanco donde pudiera destilarse sin esfuerzo esa nueva verdad que empezaba a nacer, sin el ancla de todo lo que ya había escrito, pensado o soñado en otros momentos.
En este viaje lo que sentí que se cerraba era un bucle inmenso en relación a mi creación y mi labor. Desde que en enero de 2021 abriera el año con la promesa de ir todo lo profundo que fuera necesario para crear un trabajo en el que realmente pudiera habitar la vida con goce y no con el burnout que sentía por entonces, esta ha sido mi mayor preocupación.
Partía de la idea de que era innegociable que mi trabajo pudiera proporcionarme libertad y alimentar al mismo tiempo el deseo por el que en realidad había sido creado: para poder escribir y explorar quién soy yo cuando lo hago. A lo que me enfrentaba ese enero era a una sobrecarga de espacios que sostener, donde el intercambio energético era fuerte; a un proyecto compartido que rara vez nos pagaba y que cargaba con mucho peso extra; al shock postraumático que todxs estábamos viviendo en medio de un encierro largo y también con mucha frustración porque podía reconocer mi propia crueldad y falta de límites, y no sabía qué hacer para empezar a construirlos.
Desde aquella promesa, han pasado muchas cosas. A veces pienso en ello como una noche oscura del alma pero en versión maratón de flores. La suma de un optimismo recalcitrante y la conciencia de que para ser profundamente humana debo pasar por todo tipo de pruebas y emociones incómodas, me han vuelto una mujer que disfruta de la aventura de derrumbar automatismos y aprender a escucharse cada vez con mayor finura. Me obligué a pasar por los umbrales oscuros de mi identidad y en cada uno de ellos aprendí una valiosa lección. Me llené de herramientas útiles y profundas para alquimizar con mi propio camino y volverlas parte de mi propio método de autoconocimiento y creación.
Durante estos dos años me he cuestionado cosas como si mi adicción al trabajo bajo la excusa de ser emprendedora no estaría ocultando un deseo insatisfecho y eternamente postergado de crear desde un plano más profundo y que no esté mediado todo el tiempo por la productividad, el dinero y la presencia de otrxs. O también, si necesitaba mirar de cerca toda la rabia y el enojo que sentía, como un primer paso para sanar mi habla, que a veces me hería a mí y a otras personas. También he entrado en contacto con preguntas nuevas: ¿Qué es ese agujero negro que siento en el estómago, qué esconde? ¿Cómo puedo elaborar toda la violencia afectiva y sexual que he atravesado para llegar a un lugar nuevo y nuestro? ¿Cómo puedo recuperar la confianza en mi cuerpo? ¿Qué me está señalando con insistencia esta incomodidad que no se deshace con nada? Al principio me costaba mucho estar conmigo pase lo que pase. Me desconectaba cuando la carga psíquica era demasiado fuerte. Poco a poco voy haciendo lugar y eso me emociona. Para algunas tengo hoy respuestas provisionales, para otras conclusivas. Muchas otras siguen apareciendo y actualizándose cada día para llevarme a nuevas profundidades.
Siempre digo que mi trabajo es mi laboratorio de crecimiento, y en esta ocasión ha sido el área que más interpelado se ha visto ante mis propios cambios. A veces no logra seguirme el ritmo, es decir, no logro yo misma seguirle el ritmo al deseo de evolución que siempre me tiene caminando hacia un nuevo lugar. Tampoco sé exactamente de qué manera necesito organizar mi vida cotidiana para que que mi mundo externo empiece a reflejar efectivamente todo lo que mi mundo interno propone. No me sirve que alguien más me diga cómo se hace, soy muy consciente de que ante mis desafíos lo más importante es quedarme aquí, conmigo, a descubrir el siguiente paso.
Mientras tanto, las formas viejas que alguna vez me sirvieron y me emocionaron entran a debate y muestran la trampa. Podría ser cómodo quedarme en ellas porque son conocidas, pero de hecho no lo es. Algo que he empezado a preguntarme es si tantos años invitando a otras a escribir y a cultivar su potencia creativa de alguna forma llenaba el deseo que yo misma tenía de hacerlo, que era siempre más grande de lo que me atrevía a reconocer. Si llenaba mi mundo de voces para no tener que hacerme cargo de la mía.
Creo que cuando te encuentras insatisfecha, no sirven los parches. Aunque no haya referentes, necesitamos buscar nuestro propio camino, hacer a nuestra manera aquello que nos reclama por dentro. Al menos para mí, no hay otra verdad. O voy, o me lleva. O voy, o me hundo. Pasé muchas veces por encima de mí pensando que tenía que encajar en moldes que se pudieran comprender desde afuera. Y ese fue el bucle más difícil de derribar. El que me tenía rodando sin parar en una idea preconcebida de cómo tienen que ser las cosas para funcionar, cómo lxs otrxs las hacen, los formatos «que funcionan» y muchas otras creencias que en realidad estaban bloqueando la potencia de la creación que nace sin expectativas ni un camino prediseñado que recorrer.
Me costó tres días de playa y silencio hallar dentro de mí el vacío necesario para atestiguar el camino recorrido y plantarme una vez más ante mi propio deseo. ¿Qué vamos a construir ahora?, dijo la voz que siempre habla, dándome pistas y alumbrando el siguiente paso. Guardé silencio ante su presencia y dejé que la mano recorriera el papel y dibujase el horizonte. Desde la terraza de mi habitación vi la selva aún más y más verde al caer la tarde, cubriendo tres de los cuatro puntos cardinales. En el cuarto estaba el Pacífico, que aunque parecía manso desde la lejanía, estaba en pleno apogeo de ese fenómeno llamado «mar de fondo» que se traga todo lo que encuentra a su paso. Encomendé mis dudas al agua también.
Entonces, frente a mí empezó a nacer un mapa que por primera vez sentía que honraba la forma que tiene mi deseo de hoy, que no es la de ayer, ni la que imaginaba cuando era niña. Forma parte del duelo dejar ir esas imágenes, por más que una las haya defendido con su vida. Te quedas medio en vilo, con un pie en la siguiente versión pero el otro todavía aferrado a lo conocido y a la fórmula que usaste mil veces para evolucionar y que ahora se te quedó pequeña. Ese es el salto de fe del que siempre hablo. Durante los siguientes días, sentí que la visión era cierta como nunca antes. No quedaba rastro de los dos años de volver una y otra vez sobre los mismos pasos sabiendo que algo está fuera de lugar. Una imagen hermosa con las piezas descolocadas que por fin se reordena a la medida de mi vida hoy apareció. Una vida que vuelve a poner la creación en el centro, que redobla la apuesta con la forma nueva que toma el deseo originario, el que estuvo siempre y que nunca se irá.
En la playa, el último día, me permití llorar mientras leía por tercera vez Todo cuanto amé. No sé si fue la muerte de Matt, o quizá el duelo viejo y reincidente al que me recordaba la lectura, o la emoción misma de haber llegado a un nuevo lugar dentro de mí que se siente por fin abierto y luminoso, pero las lágrimas mojaron con sal la misma sal sobre mi piel tocada por el sol bravo del mediodía.
Y sentí expectación por saber qué podrá vivir dentro de todo ese espacio que durante tan largo tiempo estuvo lleno de incertidumbre y dudas, qué imagen nacerá de ese lienzo en blanco que es para mí mi trabajo y toda mi vida, con plena certeza de que el siguiente paso lo doy completamente orientada no hacia la mujer que fui, sino hacia la mujer que ya estoy empezando a ser.
Una invitación para explorarnos juntas en septiembre
La escritura y el diario son las piedras angulares de mi trabajo, por eso he creado un training para todas aquellas mujerxs que desean explorarse a través de ellas e incorporarlas como herramientas fieles y útiles para construir sus propias visiones y vidas preciosas.
Serán 21 días de training a través de audios en una comunidad donde sostendremos juntas el proceso, más una clase sobre el diario como objeto alquímico que nos acompaña en nuestro viaje de individuación, más una profunda sesión de Resonance Repatterning en grupo para deshacernos de las creencias sobre nuestra creatividad que nos están limitando todo el potencial que ya tenemos.
El precio early bird de 75€ termina el martes a las 11am (hora de Ciudad de México).
¡Te esperamos!