Un anuncio antes de comenzar este ensayo: el próximo miércoles 6 de marzo estaré presentando mi libro Estudio de aves en vuelo a las 19h en El desastre (San Francisco 521 A, Col del Valle Centro). Si estás en la Ciudad de México, me encantaría verte allí. Me acompaña mi amiga y comadre de la escritura, Andrea Muriel. ¡Comparte la invitación!
«La única verdad es la verdad del cuerpo. La herramienta de mi verdad es la escritura.» Encuentro esta frase revisando el diario de un año atrás en esta misma época. Es un diario rojo chino. En la primera página siempre hago el mismo ritual, titularlo y fecharlo. Este diario comienza el 1 de enero de 2023. El título: «Recuperar mi cuerpo».
Aquel día tenía gripe, pero me desperté con la intención que me ha guiado los últimos años, iniciar el año con un paseo en la naturaleza. Así que subí al bosque de mi pueblo en Madrid y vi el valle extenderse hacia las colinas ocres bajo el cielo luminoso del invierno. Allí sentí que era hora de hacer un voto. Mi cuerpo se había vuelto un territorio extraño e incómodo que de forma permanente emitía señales que yo no podía entender. Para calmarlo había aprendido tantas terapias que me volví terapeuta sin haberlo deseado, pero la ola seguía creciendo. ¿Qué quieres decirme, cuerpo? ¿Por qué me traicionas así?, le decía, le suplicaba una respuesta clara. Haré lo que quieras si me lo dices. Pero seguía sin entender, como si entre uno y otro hubiera un cortocircuito irreparable. Psique, cuerpo, dos entidades divididas. «Disociadas», diría después tantas veces. Me preguntaba constantemente: ¿cómo reunirlas?
Los siguientes doce meses fueron el trabajo de campo para responder esa pregunta. Muy a mi pesar debía hacerme cargo de que la respuesta no podía ser teórica, porque el dolor era físico, real, y pedía mi atención allí donde nacía. Mi flirteo con la psicología profunda estaba además llegando a un estado de romance estable. Eso significó aprender a leer el dolor de estómago, la ansiedad y el desborde de sueños de cada noche como señales reunidas en un mismo relato, y no síntomas separados que obedecen a diferentes causas. Más aún: reconocer el lenguaje del cuerpo como una extensión del lenguaje de la psique, y viceversa.
Empecé a tomar sesiones somáticas. Mi cuerpo se abría poco a poco, recuperaba potencia. Aprendí algo muy valioso allí, que le daría sentido mucho después a algo que pasó en la temporada en el umbral, un hito importante en mi camino de individuación: que el cuerpo tiembla. Que el cuerpo guarda por años todo lo que no pudo expresar en los momentos traumáticos, y que esa energía queda congelada en nuestras vísceras y músculos hasta que logra expresarse.
Esta mañana anoto en mi diario otra frase más. Esta vez es de Jung y dice así: «La individuación se expresa naturalmente en las personas tanto psíquica como físicamente». Hace tiempo que sospecho que no se puede alcanzar la totalidad (la integración de todas nuestras partes luminosas y oscuras, de nuestros dones y conflictos; la autenticidad al fin y al cabo) solo a través de la mente, pues no somos solo mente. Aunque Jung no habló de forma pormenorizada sobre la función del cuerpo en el proceso de individuación, sus discípulas, sobre todo mujeres, sí lo están investigando. Es a esa fuente a la que acudo a buscar respuestas, donde se cruza la sabiduría de Soma con la de Psique para pasito a pasito, alumbrar al Self.
2023 fue para mí el año de encarnar. Me gustaría decir que es un proceso terminado, pero creo, más al contrario, que es algo que recién comienza. También me gustaría decir que fue un proceso lineal, en crecimiento hacia la meta, pero tampoco fue así. Cuando llevamos la atención a un territorio inexplorado, al principio parece que podremos conquistarlo rápido y bien, como nos han enseñado, pero todos los territorios tienen inteligencia para autoprotegerse. Religiosamente acudía yo a clases de yoga y consciencia corporal cada semana y le decía a mi cuerpo: aquí estoy para ti, muéstrame el secreto. Hubiera deseado, esperado al menos, que mi cuerpo me reconociera el esfuerzo y la presencia. Pero sucedió otra cosa: cada dolor muscular en los elongamientos, cada sensación incómoda, empezó a instalarse en mi cuerpo durante días. Lo físico volvía a reunirse con lo psíquico, a hacer comunión. Tardé en recordar esa frase de Chantal Maillard que dice que las heridas se llaman las unas a las otras, se despiertan entre sí. El dolor en la ingle, en el costado, puramente físicos, despertaba el dolor emocional no sentido a lo largo de todos estos años. Llegaba a casa y me acostaba en la cama, hundida por lo brutal de esas emociones sin significado. Un día al terminar una clase de yoga sentí que me iba a desmayar. Ya no pude volver.
Cada incursión en el mundo del cuerpo me trajo la certeza de haberlo usado durante toda mi vida como un objeto que adornar, para poner bonito, para que otrxs lo desearan; como un instrumento para acumular logros y ser una mujer independiente, liberal y exitosa; como un vehículo para llegar a todos esos lugares que anhelaba con avidez; incluso, como un «templo» de bienestar capitalista, donde el autocuidado tenía que ver más con consumir que con una verdadera escucha y descanso. Cuerpo, ¿por qué me traicionas ahora?, repetía. Pero no escuchaba la respuesta, no realmente.
No hubiera podido. Si me hubiera pedido por ejemplo, que dejara de hablar en tercera persona de él, no lo habría logrado. «Yo soy yo, pero mi cuerpo es un extraño», dice esa tercera persona permanente, que todavía hoy no sé cómo anular, incorporar a mi lenguaje personal. Tampoco hubiera estado disponible para explorar a fondo una sexualidad vivida desde el imperativo de la violencia y de la violación, herencia de nuestra cultura patriarcal desconectada del espíritu. Creo que durante años me hubiera resistido incluso a tomar una terapia centrada en el cuerpo. Tal era el rechazo. Esta amistad es tan lenta que a veces me desespero, me vuelvo a desconectar, a ubicarme en el síntoma, a intentar resolverlo como se arregla algo roto, a tenerle miedo.
Cuando pienso sobre qué significa la palabra encarnar, me vienen imágenes. La que más me gusta es una en la que veo cómo mi alma enraiza en mi cuerpo y acaba por fundirse con él, como si antes de eso ambas entidades hubieran estado juntas pero un poco descolocadas, solapadas una sobre la otra sin llegar a encajar del todo.
Pero, ¿cómo se encarna realmente? ¿Lo sabemos?
En el diario rojo me fui dejando pistas. «La única verdad es la verdad del cuerpo. La herramienta de mi verdad es la escritura.» No me había percatado de que hay una segunda parte en el mensaje, que tiene que ver con hacer legible esa verdad que nace en el cuerpo, con imaginar un lenguaje común donde Soma y Psique se conecten de nuevo, liberando toda la vitalidad que quedó secuestrada en su desconexión. Para mí esta herramienta es la escritura. Lo que vengo a hacer aquí es dar sentido. Insistir en una experiencia hasta que muestra su por qué, su razón de haber pasado, hasta que logra instalarse entre los otros retazos de vida por derecho propio. «A través del acto de escribir convocas, como la chamana antigua, a las partes dispersas de tu alma para que vuelvan a tu cuerpo. Comienzas la ardua tarea de reconstruirte a ti misma», escribe Gloria Anzaldúa en uno de mis libros de cabecera, Luz en lo oscuro (y del cual hablaremos más extensamente este mes en El Club).
Creo que todo tiene que ver con ese proceso que Jung llamaba individuación al fin y al cabo: reunir las partes fragmentadas de nuestro ser para poder habitar una existencia plena. Y esto tiene que ver con aceptar la verdad del cuerpo en primer lugar. Aceptar la rabia, el dolor, la alegría. Poder recibir el amor en el cuerpo, con lo difícil que resulta. Quedarse cuando duele y también permitirse ausentarse cuando duele, forzando al mínimo el encuentro que no está todavía preparado para darse. Dudar muchísimo de si esto que hacemos es lo correcto porque una y otra vez y otra más no resulta, no resuelve lo que nos trajo aquí en primer lugar.
Cuando estaba en el fondo del umbral, pensé mucho sobre la humillación y la humildad. Ambas palabras comparten su raíz etimológica, humus, que significa «tierra». Un día tras otro me veía a mí misma con la cabeza apoyada en la tierra, postrada ante algo que todavía no sé muy bien cómo definir. Creo que ese «algo» es la Vida misma, que no siempre es hermosa, que también destruye, y que es a quien siempre rezo entre en la iglesia que entre. Aquello me enseñó un nivel de entrega que solo puedo definir como corporal. Tal vez encarnar empiece por eso. Rendirse. Rendirse ante una nueva iniciación.
Me llamo Marina y soy humana. Escribo sobre crear una Vida significativa y preciosa a través del contacto con los lenguajes simbólicos, las plantas, los sueños y sobre todo la escritura. Esto que estás leyendo es mi autobiografía interior en construcción. Soy autora de varios libros, el más reciente, Estudio de aves en vuelo. Puedes seguir aprendiendo sobre todas estas cosas en mi laboratorio del alma.
Precioso. Creo que mis diarios de los últimos dos años están llenos de preguntas sobre cómo escuchar y volver al cuerpo; con tan solo haberme atrevido a formular la pregunta comencé a sentirme, de a poco, en mí 🌹
Qué bello texto, me encantó.