Mi padre salió ayer por la mañana hacia el aeropuerto. Hemos pasado una semana en familia en este otro hogar lejos de casa que E y yo hemos ido construyendo día tras día durante los últimos cuatro años. Es la primera vez que paso una Navidad con él fuera de Madrid, una Navidad atípica y luminosa, con tortilla española y jamón, pero también con espagueti y flan napolitano, como acostumbran a comer aquí por estas fechas. En lugar de cañas con mis amigas, este año recorrimos las pirámides prehispánicas en cuatrimoto, tomamos pulque de mango, vimos a lxs acróbatas de la lucha libre en directo y nos volvimos momentáneamente fans de Místico, Marcela, Pequeño Violencia y otros más. En lugar de hielo en las aceras, de la niebla del valle, por esta semana al menos, el sol limpio del amor de mi padre y su olor de siempre en mi casa, esta casa lejana que elijo.
Pero más que la comida o los planes, este año la rareza he sido yo. 2023 terminó con un quiebre enorme e inesperado. Cuando busco el origen —sé que no hay un origen, sino muchos, como en todas las crisis—, me viene la imagen de un gran cansancio arrastrado durante años en mi cuerpo. 2023 fue el año en el que decidí entregarme por completo al misterio que es mi existencia corporal, siempre llena de síntomas, ruidos y crujidos que por momentos han llegado a volverse abrumadores. Este fin de año fue uno de ellos. De pronto era demasiado. Con el paso de los días me he dado cuenta de que ese “de pronto” no da cuenta de la realidad. Hacía meses, si no años, que estaba en un estado de ansiedad constante. Como todo lo que se somete a tensión durante demasiado tiempo, mi psique, mi cuerpo-alma, también explotó. Tuve ataques de pánico durante días. Quienes los han experimentado saben que es como estar muriendo sin morirse del todo. Es lo más aterrador e inhabilitante que haya vivido jamás.
Una canción que siempre me recordará a estas navidades
Se habla mucho del burnout, de la hipervigilancia a la que sometemos a nuestro sistema nervioso en tiempos de redes sociales y trabajo digital, de la falta de límites claros entre vida personal y laboral, de nuestra cultura adicta y compulsiva. Vivimos con los cuerpos disociados para seguir adelante y cumplir con las exigencias que —seré justa aquí— nos imponemos, pero también se nos imponen. Somos herederas de un paradigma cultural donde el descanso se considera pereza y el seguir adelante sean cuales sean la consecuencias, la mayor victoria que se puede esperar de nosotras. Yo al menos me he tomado muy en serio llegar a ser la mujer que se esperaba de mí, y anteponer a la mujer independiente y liberada, emprendedora e inteligente, por encima de todas las demás facetas de mi ser. El resultado lo veo claro: el cansancio es tremendo. El día que rompí a llorar mientras intentaba hacer una resta simple, fue el comienzo del fin. Me di cuenta entonces: era demasiado.
Con la distancia que este tiempo de desconexión en familia me ha dado, me observo como parte de esta red que somos, donde cansancio y angustia se han convertido en detonantes de crisis de salud profundas que algunas veces transforman a las personas de maneras inesperadas, pero otras muchas veces no, porque no hay recursos, porque no hay opción o no hay una red que sostenga y apoye el proceso. Y entiendo mejor que nunca que ninguna crisis es individual, que mi cuerpo es el cuerpo del mundo, el cuerpo de la Tierra y de todos sus seres, un microcosmos que representa todo lo demás igual que el de cualquier otra vida. La salud mental es interpersonal, así como el trabajo. Nunca he sentido tan viva la teoría de que el yo es poroso, intersubjetivo, y que existimos porque lxs demás —y como lxs demás— también lo hacen.
Aún más importante: este quiebre que tardaré mucho tiempo en poder elaborar y hablar de él con la profundidad que se merece, lo han sostenido otras personas. Frente a la soledad inexpugnable que se vive por dentro cuando no se entiende qué está pasando, cuando la muerte psíquica, y quizá también real, parece la siguiente parada, más que nunca he necesitado las voces amigas y el cuerpo amante a mi lado para conservarme cuerda y presente, sin evadirme. Lo único que deseaba todos los días era tener a mi madre, que vive a 14.000 km de aquí, arrullándome mientras yo moría y volvía a nacer. Y a todas estas personas mi crisis les ha tocado en algo también. Mis compañeras de trabajo, al ocuparse de mis tareas; mi pareja, al cuidarme casi a solas en un país donde mi red es muy pequeña; mis padres, estar lejos e impotentes, sin poder acompañar, calmar.
Esto me hace pensar en la individualidad extrema que estamos aprendiendo a aceptar vía redes sociales post-pandémicas. Nuestro mundo ha cambiado, sí, y muy rápido. ¿Queremos aceptar estas nuevas circunstancias? ¿Podemos darnos el tiempo de replantear la ruta de conexión humana, de poner en valor nuestras prioridades? De nuevo hablo aquí como cuerpo plural: ¿no nos sentimos inmensamente solas al otro lado de las pantallas?
Desde hace semanas no uso Instagram. Fue lo primero que desplacé a la cuarta pantalla del teléfono cuando comenzó la crisis. Me parecía una locura el discurso de «muestra tu vulnerabilidad» cuando ni yo misma podía entender lo que me estaba pasando. Decidí serme fiel a mí, por más que haya todo un coro de voces internas que exponga las razones por las que debía, aún en este estado, seguir presente. Como muchas de las creadoras a las que leo o con quienes resueno, mi trabajo sucede en las redes, y nos aterroriza la posibilidad del descanso porque supone, eventualmente, perder ese lugar que construimos con tanta pasión, esfuerzo y, todo sea dicho, también estrés.
Parte de la honestidad radical que me he propuesto cultivar este año tiene que ver con incorporar en mí una mirada más justa sobre mi vida y la de los demás. Con dejar de romantizar cosas que de lejos parecían maravillosas —como el gran lema del trabajo digital «trabaja desde casa y a la hora que quieras», una de las peores trampas en las que hemos aceptado caer— y con madurar algunas decisiones que me rondan desde hace tiempo, pero que el miedo ha paralizado muchas veces.
Al contrario que otros años, en los que mi lista de propósitos estaba llena de crecimiento laboral y nuevos proyectos, este año decido conscientemente parar la compulsión y elegir otro camino. Quiero algo diferente para mí. Quiero algo diferente para mis amigas cansadas y para quienes, como el meme, sonríen por fuera mientras lloran por dentro porque no pueden más.
Por eso, nos deseo a todas:
regeneración interna para atravesar los umbrales personales y colectivos con toda la presencia que seamos capaces
una red de afectos real y cotidiana, corporizada además de virtual, que sostenga los procesos y —los más importante— que nos permita divertirnos y disfrutar de la vida aquí y ahora, sin posponerla
encontrar el servicio útil que nos conecte con nuestro centro espiritual y nos recuerde por qué somos humanxs
y por último, poder canalizar toda la energía que liberemos de nuestra compulsión al trabajo (la perfección, las pantallas, o lo que cada una sienta como adicción) a través de una expresión creativa disciplinada, sencilla y gozosa
Con mucho amor y el optimismo recalcitrante habitual,
marina
PD. Tengo el deseo de escribir con mayor frecuencia estas cartas. Si hay algo de lo que te interesaría que hable en mayor profundidad, puedes contarme en comentarios.
Ajó! Te abrazo, te entiendo, te quiero.
Querida Mari, empatizo profundamente contigo y con tus palabras. Mi quiebre fue cerca de estas fechas el año pasado, cuando me lesioné de las cervicales porque mi cuerpo no pudo más y colapsó, al grado de inmovilizarme completamente. Hoy en día veo en retrospectiva, y hasta veo mi agenda de esos días, y a pesar de estar muy dopada por los analgésicos yo no paré. Seguí, seguí, y me desgasté. Mi recuperación ha sido lenta y larga, pero también ese proceso fue lo que me dio el impulso de moverme y cambiar radicalmente algunas cosas, como mudarme a la playa. Aquí me he sanado y me he inspirado con otros ritmos que van más allá de la pantalla, porque tengo la naturaleza a mi alrededor recordándome que hay otros tipos de tiempos. El tema es que esta problemática de la digitalidad está muy instalada en la psique, y en la forma en la que hoy en día trabajamos y socializamos. Entiendo el cansancio de las redes, por eso también me tomé un descanso de mi proyecto porque no podía con todo, y sé el precio que lleva no escuchar cuando el cuerpo pide focalizar la atención y la energía en menos cosas.
Hoy en día, a pesar de vivir en la playa, volví a caer en el trabajo remoto y digital, y los fines de semana estoy tan cansada que voy a la playa 1 vez al mes, o cada 15 días, aún teniéndola muy cerca. Estoy repensándome y reevaluando cómo puedo priorizar mi tiendo acorde a mis deseos, y cuidando también mi materia. Mi gran dilema.
Te abrazo y te acompaño, porque no estamos solas en esto, lo sé. Y te agradezco por abrir el diálogo. <3
Espero que te recuperes pronto y encuentres un ritmo sano para tu camino.