Recientemente he estado compartiendo por aquí y en mi Instagram algunas reflexiones sobre la psicología junguiana y cada vez que lo hago me llegan algunos mensajitos como este: «No tengo idea de lo que estás hablando, pero me encanta». La verdad: a mí también me encanta sentir vuestro interés e iniciar conversaciones junguianas hermosas, por ejemplo, acerca del papel de los sueños como guías para la vida o qué mitos sostienen el momento en el que cada una se encuentra. Por eso este ensayo quiere ser una breve y muy esquemática introducción a la psicología junguiana, de modo que podamos comprender todas desde dónde partimos. Espero que lo disfrutéis y que al final del ensayo me compartáis vuestros comentarios y sobre qué os gustaría saber más. ¡Feliz lectura!
Carl Gustav Jung fue un psiquiatra suizo que inició su carrera a comienzos del siglo XX, cuando el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, estaba en el auge de su carrera. Ideas como la represión, el inconsciente, la líbido y el uso de los sueños para explorar la vida interior y diagnosticar trastornos de la mente, eran no solo novedosos, sino polémicos, hasta el punto de que el mismo Freud era considerado persona non grata en los círculos académicos. En el momento en que comenzaron su relación, Jung trabajaba en la clínica pisquiátrica de Burghölzli, en Zúrich. Había leído La interpretación de los sueños de Freud con veinticinco años y pronto quiso establecer una relación epistolar con él para discutir algunas de esas ideas tan polémicas en cuya práctica clínica estaba empezando a constatar sus beneficios. Durante la primera etapa de la relación, Jung fue un activo colaborador de Freud, hasta el punto de ser considerado por éste como su sucesor en el movimiento psicoanalítico.
Sin embargo, entre ambos surgieron diferencias irreconciliables. A grandes rasgos, a Jung le parecía excesivo el interés que Freud ponía sobre los procesos psicosexuales, mientras que para Freud resultaba inadmisible el lenguaje a veces místico que Jung empleaba para describir los procesos psíquicos, ni su relación con lo invisible y lo esotérico. En Recuerdos, sueños, pensamientos, la «autobiografía interior» que Jung escribe hacia el final de su vida, dice: «Freud no se preguntó nunca por qué debía hablar constantemente sobre el sexo, porque este pensamiento le poseía. Nunca tendría consciencia de que en la ´monotonía del significado´ se expresaba la huida de sí mismo, o de aquella otra parte suya que quizás pudiera definirse como ´mística´» En 1913 terminaron su relación.
Lo que pasó después me parece uno de los puntos más interesantes de la psicología junguiana (a la que también se llama psicología analítica o profunda): después de la ruptura con «el padre» (Freud había representado para él esta figura arquetípica) Jung entró en una larga crisis de salud, durante la cuál estableció un puente directo con su mundo inconsciente, etapa de la que nacerían los libros negros, y de ellos el Libro Rojo, una recopilación de las visiones, símbolos e imágenes que había estado trabajando durante los años que pasó recluido en la torre de Bollingen. Cuando la crisis terminó, tenía conciencia de que el grueso de su psicología estaba en esos libros, y que el trabajo posterior por el resto de su vida sería elaborarlo de forma que pudiera servir como método terapéutico para tratar el síntoma, esa realidad que tanto él como Freud concebían no tanto como una nota discordante en la salud que hay que atajar o cortar, sino como la búsqueda orgánica de la psique de autorregularse para (en mis propias palabras) llegar a ser lo que realmente somos.
El síntoma nos inicia en el que sería otro de sus conceptos clave y la finalidad última del sentido de la vida: el proceso de individuación. Al contrario de lo que la cultura de masas trata de vendernos como posibilidad, la realización total, la autenticidad suprema del ser, es un ideal inalcanzable. Toma toda la vida recorrer este proceso, y debido a la naturaleza dinámica de la psique (formada por nuestros niveles conscientes, pero también los inconscientes), si alguna vez la totalidad se tocara con el dedo, ésta se esfumaría al instante siguiente. La individuación por tanto no es un fin en sí mismo, sino un medio para establecer una conexión cada vez más directa, profunda y elocuente con nuestro mundo inconsciente, y de esta forma ir completando las partes de nuestra personalidad que quedaron ocultas bajo el umbral de la conciencia.
Muchos conceptos junguianos han ido entrando al lenguaje popular a medida que nuestra cultura adquiría un interés psicológico en la individualidad. A comienzos del siglo XX, cuando Jung desarrolló sus ideas, estas «servían» mayormente a la curación de trastornos psíquicos o físicos que no tuvieran una causa evidente. Era, por tanto, una herramienta terapéutica que se circunscribía a ciertos ambientes médicos. Una disciplina elitista, podría decirse, reservada para unos pocos que tuvieran no solo la capacidad económica para adentrarse en un proceso analítico que puede durar muchos años, sino también ciertas posibilidades de cultura desde las cuáles poder comprender y amplificar el sentido de sus propias imágenes.
Sin embargo, en los últimos 50 años el lenguaje junguiano ha ido poniéndose de moda. ¿Quién, en este tiempo, no ha escuchado alguna vez sobre la sombra, el ego, la máscara (o persona)? ¿Quién no ha tenido que enfrentarse alguna vez a la pregunta —o asunción por parte de otrxs— de ser una persona extrovertida o introvertida? Lo junguiano es sexy, para qué ocultarlo. Su psicología inspira nuestras almas porque precisamente a ellas se dirige. Si tuviera que definir cómo concibo el enfoque junguiano hoy, desde mi perspectiva personal, diría que es una escuela de pensamiento para hacer alma.
La contraparte de popularizar términos que existen y coexisten dentro de un marco de referencia concreto, es que inevitablemente se vuelven superficiales. Lo que hoy conocemos como «shadow work», que está tan de moda, pareciera un cara a cara momentáneo con nuestras cualidades más viles, concepción que no es del todo correcta. Para Jung, la sombra está formada por todas esas cualidades que fueron rechazadas durante nuestras infancias y que fueron a parar al tremendo y vastísimo territorio del inconsciente, desde donde siguen existiendo e insistiendo, pero en latencia. Algunas partes de esa sombra se convierten incluso en síntomas. Pero no es cierto que la sombra sea sinónimo de nuestras maldades o cosas que nos avergüenzan. La sombra es inconsciente, y por tanto no podemos verla a simple vista. Para muchas mujeres, por ejemplo, su creatividad vive en la sombra, porque no fue aceptada como parte importante de su identidad. Sucede lo mismo con la sexualidad, ¡con nuestros cuerpos!, y con otras muchas cosas que, al traer de regreso a la luz de la conciencia, tienen la potencia de desplegar enormes dones. O no. También hay partes de la sombra que al hacer conscientes solo nos queda aceptarlas con cierta resignación: también eso somos. La finalidad del proceso de individuación, y aquí quiero insistir, no es la perfección, sino la integridad.
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