Única, preciosa y salvaje vida
Sobre Mary Oliver y la pregunta siempre abierta: ¿cómo queremos vivir?
Leí Horas de invierno el otoño pasado cuando estuve en Madrid. Por las mañanas aprovechaba el sol frío, subía hasta el bosque que hay cerca de la casa de mi madre y con una infusión calentita me sentaba en alguna roca a leer. Las circunstancias de la lectura apoyaban el disfrute de cada poema y ensayo, porque sentía que debían parecerse bastante a las que Mary Oliver debió tener mientras los escribía. El bosque silencioso detrás de mí, la presencia de mi perra Juanita merodeando, un horizonte donde la niebla de la noche empezaba a deshacerse entre los rayos del sol, los pinos achicándose para soportar los vientos de enero y un suelo crujiente repleto de hojas secas. Y yo estaba ahí, leyendo y tomando notas en mi diario sobre toda esa belleza, mientras activamente me reconocía viviendo la experiencia, sabiéndola lo suficientemente importante mientras sucede como para no perder detalle del sentir que me traía.
Acabé el libro en pocos días y, como siempre que algo te toca por dentro, al girar la última página me sentí un poco huérfana. Mary Oliver, como tantxs autorxs antes que ella, se había vuelto una presencia común en mi cotidiano, una compañera que con sus ideas sobre el mundo me enseñaba cómo quería vivir cada momento. No me sorprendió encontrar en uno de sus ensayos —uno de mis favoritos— una pequeña lista en la que Mary recopila el nombre de aquellxs escritorxs que a través de sus libros le habían enseñado a ella lo mismo, pues me consta que es un tema que le preocupaba y que aparece una y otra vez también en sus poemas. Inspirada por su lista, comencé a anotar en el margen mis propios referentes y el porqué. Estaba Anaïs Nin, quien me había enseñado que la vida cotidiana puede ser exuberante también en la escritura; apareció Robin Wall Kimmerer y el convencimiento de que vivimos en relación con el mundo natural; también Marion Woodman y su invitación a acceder a la psique/alma por medio de los sueños; Audre Lorde y el poder transformador de las palabras; Anzaldúa, por ayudarme a unir espiritualidad y creación; Thoreau por la posibilidad de pensar la vida como un fluir de experimentos. Por supuesto, también añadí a Mary Oliver, pues su escritura me devuelve una y otra vez a la pregunta fundamental: ¿cómo quiero vivir?
En uno de sus poemas más conocidos y compartidos, Oliver utiliza esa segunda persona que parece que nos está hablando a cada unx de nosotrxs para preguntarnos qué es lo que vamos a hacer con nuestra única, preciosa y salvaje vida. En un poema precioso, místico como lo son siempre sus cantos, convocante, un poco dulce y violento al mismo tiempo, y ante el cual nadie queda impune. Mary nos obliga a incomodarnos un poco, porque la mayoría de nosotres, en realidad, no tenemos una respuesta para darle a su pregunta. Y eso no sé si es un problema o si hay personas que no sufren por encontrarla, pero confieso que yo sí. Me importa demasiado saber que estoy viviendo una vida extraordinaria, plena de significado y de belleza todos los días, un altar que honre con gratitud haber renacido aquí y ahora siendo esta mujer y de esta manera.
Estos días pensaba en la pregunta clásica del autoconocimiento que todas las generaciones de seres humanxs han perseguido desde hace milenios: ¿quién soy yo? Durante mis veinte me busqué hasta el agotamiento, tratando de llegar a una conclusión que me permitiera continuar con el resto de mi vida desde una postura más segura y estable. Pero con el tiempo fui entendiendo que es una pregunta trampa. No hay una identidad fija en la que guarecerse de la incertidumbre porque somos un continuo siendo. La identidad es un gerundio en permanente hacerse y deshacerse y cuanto más nos conocemos a nosotras mismas mayor es la brecha entre la imagen de lo que creemos ser y la verdad sentida y experimentada de lo que estamos siendo. Particularmente, aceptar con templanza esta X indespejable me ayudó a tranquilizar la búsqueda. Y entonces naturalmente la pregunta viró hacia cómo quiero vivir, un lugar mucho más fértil y en el que siento que sí tengo poder de decisión (dentro de la incerteza que es la humanidad misma, por supuesto).
Vuelvo a pensar en Thoreau ahora, en las enseñanzas que me trajeron sus lecturas. Él llamaba «sojourns» a los experimentos temporales a los que se abocaba para conocerse siendo alguien diferente a lo que ya había sido. Esa era su manera de adquirir conocimientos, experiencias y habilidades como humano en este tremendo laboratorio que es la vida, y recuerdo que esta interpretación en particular de su forma de vivir se integró en la mía y me ofreció una forma alternativa de entenderme. Ya no era alguien que huía a otro lugar siempre que podía, sino una experimentadora de todo lo posiblemente humano, como lo hizo Thoreau.
Y sin embargo, esto no responde directamente a la pregunta. Soy humana y vivir como humana, exprimiendo toda mi diversidad interior, es mi derecho de nacimiento. Y de lo que quiero hablar aquí es de las elecciones que hacemos para volver nuestras vidas más y más habitables cada día. ¿Qué es lo que nos guía a hacer una cosa y no otra? ¿A vivir aquí y no allá, con esta persona y no aquella, en este trabajo y no cualquier otro que se pudiera presentar? Hagámonos estas preguntas ahora. ¿Quién o qué está eligiendo cómo vivimos?
Pienso en Oliver y se me prende una llamita viva en el pecho. Ella me vuelve valiente. Demasiadas veces he respondido lo anterior cabizbaja y sabiéndome merecedora de algo mucho mejor que lo que estaba aceptando como si fuera el destino. Pero sus rotundos versos me persiguen cada vez que trato de elegir desde el miedo o la carencia, o que me obligo a mí misma a vivir algo menor que lo que estoy dispuesta a experimentar. Mary nos hace preguntarnos constantemente si nuestra vida es ese altar que honra estar aquí, si estamos escuchando el lenguaje de nuestro corazón, que habla alto y claro cuando nos detenemos a escucharlo.
¿Y qué dice el corazón?
No dice la forma de las cosas. No dice: «sé maestra, sé gimnasta, sé tendera, vive en Madrid o en Berlín, hazte un piercing o tíñete el pelo, ve con Pedro, con Sandra o con Manuel». No nos da este tipo de pistas, sino que nos enseña la manera en la que queremos sentirnos haciendo cualquier cosa que nos podamos imaginar. A mí la voz siempre me dice lo mismo: «hagas lo que hagas, que sea con alegría, en actitud contemplativa, ordenando el caos a medida que lo enfrentas y sobre todo en absoluta presencia».
Tomemos a otrxs como maestrxs, aunque ellxs no se sientan como tales. Aprendamos a vivir de las personas sabias a las que nos gusta escuchar o leer, y habremos avanzado dos pasos y no uno en el camino de ser humanas. Agarremos la pregunta que Oliver nos lanza al aire como si fuera uno de sus gansos salvajes a los que mira en otro de sus poema, y apropiémonos de ella hasta que nos señale nuestro próximo horizonte. Qué estamos haciendo con nuestra vida y cómo queremos sentirnos es una pregunta mucho más importante que seguir enlodándonos en el indescifrable quién soy. De esta sí podemos hacernos cargo, no tiene que ver con nada que esté afuera de nuestro alcance. Es una actitud interior.
Mary Oliver sabía todo esto y cuando la leemos su congruencia nos permea. Se hizo cargo y con sus palabras nos enseña a hacerlo también.
Retomo la pregunta porque quiero seguir aprendiendo de quienes comparten este caminar: dime, tú, ¿qué piensas hacer con tu única, preciosa y salvaje vida?
con amor,
mari
El día de verano
¿Quién creó al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién dio forma al saltamontes?
Me refiero a este saltamontes,
el que acaba de saltar en la hierba,
el que ahora come azúcar de mi mano,
el que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba abajo,
el que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.
Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente.
Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.
Yo no sé con certeza lo que es una oración.
Sin embargo sé prestar atención
y sé cómo caer sobre la hierba,
cómo arrodillarme en la hierba,
cómo ser bendita y perezosa,
cómo andar por el campo,
que es lo que llevo haciendo todo el día.
Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?
Gracias Flor por tu mensaje <3
Me están encantados tus cartas me veo tan reflejada... He estado también en esa búsqueda de saber quién soy a mi llego más tarde casi a los 30 y estuve años en esa buscada hasta acabar agotada y aceptar que es una constante incertidumbre, no le había puesto palabras pero las que escribes me resuenan y lo veo igual "la identidad está constantemente siendo. La identidad es un gerundio en permanente hacerse y deshacerse..." y así que sí prefiero saber cómo quiero vivir que estar en contante busqueda de quién soy😍