Una de mis prácticas de fin de año favoritas es hacer balance. Es un ritual íntimo: un momento extraído del tiempo habitual de la vida, que a menudo es demasiado rápido y carece de profundidad, para dedicarlo a observar el camino recorrido. Reservar una tarde o dos para escribir a solas, a puerta cerrada, me parece un tiempo invaluable conmigo misma.
Los años anteriores me hice preguntas como: ¿qué es lo que he logrado este año? O ¿qué es lo que quiero conseguir en el siguiente ciclo? Sin embargo, este año he estado muy peleada con la cultura del rendimiento y el triunfo, y con la idea de que los seres humanos debemos ser la personificación del hipercapitalismo en nuestros cuerpos. Este ha sido uno de mis mayores aprendizajes y me siento en una profunda paz mientras lo voy integrando en mi vida: no soy una maquinita que produce contenido, palabras, ideas, espacios, vínculos, dinero. Todo eso es una parte de la vida, pero no la vida completa. No haberlo aceptado hasta ahora me llevó a enfermar.
Por eso, este año quiero cambiar de enfoque y proponer una manera diferente de mirar el 2024: un balance antilogros. Quiero mirar al interior en busca de qué eventos, aprendizajes, obras artísticas y vínculos han cargado mi vida de significado. Rememorar algunos momentos por los que ha merecido la pena estar viva y presente. En suma: qué detalles cotidianos me han ayudado, durante estos últimos 12 meses, a hacer alma.
Si quieres hacer este ejercicio conmigo, al final te dejo las preguntas para que las lleves a tu diario. Te propongo darte unas horas, unos días, para elegir cuáles van a ser los recuerdos que salves. También puedes añadir nuevas categorías. Si quieres compartirlas con la comunidad, puedes hacerlo en la sección de comentarios al formar parte de la comunidad de pago.
Un momento de juego
En julio fui de viaje a la Sierra Gorda en Querétaro con un grupo de mujeres. Íbamos en busca del agua después de varios años de sequía intensa y ríos desaparecidos. En plena temporada de lluvias, la sierra por fin estaba empezando a reverdecer. Recuerdo un día en Jalpan de Serra. El transporte nos dejó a la orilla de un puente y descendimos por uno de sus costados hasta el río. La orilla estaba llena de barro, pero seguimos caminando hasta que nos encontramos con un pequeño remanso lleno de árboles caídos por las riadas y de agua limpia fluyendo hacia la ciudad. Creo que fui la primera en meterme, ¡yo!, que siempre le tuve al agua demasiado respeto y cierta lejanía emocional. La corriente era perfecta para ir nadando hacia uno de los lados del remanso y después dejarse arrastrar por ella hasta el otro, entonces eso hacía. La sensación de ser arrastrada por el agua fresca fue tan placentera. Me sentí una niña otra vez. Creo que ya de niña yo me sentía adulta, así que fue un viaje más allá de la infancia: al chapoteo limpio de la primera edad.
Un cambio en la manera en que miro el mundo
Cuando comencé mi proceso de análisis hace poco más de un año, una de las primeras cosas que le conté a M fue que sentía que mi trabajo «me había comido». Creo que es una sensación común en esta forma del mundo que compartimos, pero sobre todo para quienes su trabajo creativo son su fuente de ingresos y tienen que malabarear con funciones y emociones tan polarizadas como sostener un acompañamiento en la escritura de un libro sobre duelo para pocos minutos después aparecer alegre en alguna red social mientras se gestiona mentalmente la numeración de las facturas de septiembre. Mucho de este año ha tenido que ver con desidentificarme de esa figura que había tomado como única: Marina, la creadora, la acompañante, la directora de___. La siempre disponible.
Ya conté que este verano me desinstalé instagram para irme de vacaciones y que después nunca tuve ganas de volver. Este movimiento ha sido esencial para completar las lagunas de identidad que habían quedado mermadas con el «ego hipertrofiado» de la currante que hay en mí. Soy una hija del bienestar de los años 90, una gran promesa, que, como el resto de mi generación, tenía todo dispuesto para triunfar. ¿Cómo iba a desaprovecharlo?
Por eso, este año mi mayor aprendizaje ha tenido que ver con observar y practicar todo lo que no es trabajo. Poner límites bien claros a mi vida laboral, soltar la pregunta reincidente que repite ¿de qué voy a vivir? desde que tengo 17 años y poner en perspectiva la situación. Por primera vez en casi 20 años de vida laboral, tengo un sueldo que considero digno, fruto de 9 años de esfuerzo y compromiso con Casa Índigo y las escritoras de la escuela. Así que por primera vez he encontrado tiempo para hacer cosas tan improductivas como el senderismo y pintar.
Hace unos días le decía a mi compañera C. que por fin tenemos las condiciones materiales para dedicar parte de nuestro tiempo a crear. Lo hemos soñado por años. Crear bien, me refiero, con tiempo y espacio de calidad, y no a la carrera mientras cuezo el arroz. Este es el cambio de perspectiva más valioso de este año: lograr un equilibrio entre lo que doy a lxs demás y lo que me doy a mí, entre labor y deseo, entre ruido y silencio, pero, sobre todo, entre la máscara (mi rol social) y ese otro «yo» más completo que necesita que lo habiten.
Un vínculo en crecimiento
Todos los martes por la mañana camino los 4 kilómetros que hay entre mi casa y el centro de meditación budista de la Ciudad de México, y por el camino llamo a mi madre. Ni ella ni yo somos fan de los teléfonos y hasta este año nunca habíamos sentido la necesidad de hablar en directo todas las semanas. He descubierto que disfruto muchísimo de esas llamadas repetitivas de las que antes rehuía. Volver a contarnos las mismas cosas, preguntar por las mismas personas, hacer los mismos planes para cuando vuele el año que viene a Madrid y nos veamos. El ritmo del cariño es cálido y seguro.
Después llego al centro y durante las horas siguientes no soy nadie especial. No tengo que liderar, hablar, decidir ni estar atenta a nada que no sea dar información a algún transeúnte que quiere empezar a meditar, moler el café descafeinado, pegar etiquetas en flores de loto de cristal y leer el libro que haya llevado conmigo. Aunque no es una persona sino un paisaje, el reciente vínculo con el centro budista y sus habitantes está creciendo y eso me llena de paz.
Una obra artística que te haya marcado
Leí El anzuelo del diablo de Leslie Jamison justo a comienzos de enero. Lo compré porque en la sinopsis decía cosas como «alcoholismo» y «aborto» en una época en la que trataba de digerir algunas cosas que me habían pasado a mí, pero descubrí que se trataba en realidad de un libro sobre la empatía.
El anzuelo del diablo es uno de esos libros que me gustaría haber escrito a mí. Reúne tres cosas que me interesan muchísimo: uno, la crónica social; dos, el ensayo de ideas; y tres, la autobiografía de la autora. Todavía tengo el libro sobre mi escritorio un año después de haberlo terminado, como si su presencia pudiera influenciar de algún modo todo lo que yo quiero escribir.
Un sueño recurrente
Llevo todo este año soñando con un niño de mi pueblo. A medida que registraba, he podido descubrir que, sueño a sueño, ese niño ha ido haciéndose mayor poco a poco. Ha sido un experimento psíquico extremadamente interesante. Me preguntaba: ¿qué relación tuve con este niño? ¿Qué características tenía entonces y tiene ahora, y qué pueden decir estas de mí? ¿Qué evoluciona en nuestra relación sueño tras sueño? ¿Soy yo ese niño?
Tengo pensado hablar sobre los sueños en uno de los próximos capítulos del Río bajo el Río, pero quiero compartir algo de lo que he entendido al soñar reiterativamente con esta figura. El niño de mi infancia podría representar a mi animus, esa presencia masculina interior que vive en mí —igual que en cada una de las personas— y que durante este año ha vivido un proceso de mucha maduración con tantas transformaciones en lo laboral. Es una interpretación posible, como puede haber otras, porque los sueños —sus símbolos— son siempre polisémicos e inagotables. Por eso necesitamos de otras personas para profundizar en ellos.
Una frase sabia que me ha acompañado
«Todos los días tomo las mismas decisiones». Una recomendación para personas multitasking que todo el tiempo están cambiando de opinión, que tienen mi intereses y que necesitan comprometerse con una sola cosa para ver dónde las lleva.
Algo que no sabía de mí
Siempre me he tenido por una persona muy independiente, rayando el individualismo. El antiguo relato del ¿quién soy? hablaba de largos y apasionados viajes por el mundo, siempre sola, un ave solitaria como los autores y viajeros (hombres) que admiraba.
Mi vida ha cambiado y también mis referentes. Y una de las cosas que más felicidad me da reconocer hoy es cuánto amo a las personas. A las cercanas e íntimas, a mi familia y amigxs, pero también a todas las demás. Disfruto mucho de estar en el mundo y reconocer esa emoción en mí rompe un poquito esa pared de cemento que es el corazón de las lunas en capricornio como yo :)
Una nuevo comienzo
Pasé casi un año investigando de qué manera podía formarme como analista junguiana sin haber obtenido antes una licenciatura en ciencias de la salud. Fue un largo viaje, en el que llegué a tener incluso una breve conversación con Tom Kelly —un peso pesado de la psicología analítica, solo que entonces no lo sabía— antes de encontrar una opción que funcionara para mí. Así es como empecé a estudiar en el Instituto Venezolano de Psicología Analítica, quien tiene una larga trayectoria y un grupo de analistas de quien aprendo cosas maravillosas cada viernes.
Aunque todavía no sé qué tipo de analista llegaré a ser —lo descubriré mientras camino— sí soy consciente de qué llamadas interiores me trajeron hasta aquí. Quizá la más fuerte es siempre la enseñanza, la misma fuerza que me llevó a co-fundar Casa Índigo y a construirla ladrillo a ladrillo hasta la escuela que es hoy.
Un propósito para la vida externa
Creo que este ha sido mi propósito desde que soy consciente de que el tiempo pasa muy rápido: quiero escribir en serio. Dedicarle tiempo rico, priorizarlo, experimentar todas sus aristas, compartirlo, equivocarme, investigar sobre muchísimas cosas, clavarme con alguna de ellas hasta agotarlas y sobre todo poner las palabras a fluir. Pocas cosas me resultan tan placenteras, incluso eróticas, como una tarde de bien flujo en la escritura.
Un cambio interesante en mi rutina de este año ha sido que he escrito muchísimo menos en el diario —sobre todo he registrado series de sueños— y muchísimo más en los manuscritos que tengo abiertos en mi escritorio, principalmente en uno, que curiosamente habla de algunas de las cosas que estoy contando hoy aquí.
Ya no me echo el cuento a mí misma de que necesito una vida perfecta para poder escribir y eso ha liberado de una enorme expectativa mi proceso creativo real. Ahora abro la compu y escribo, o abro mi bloc de notas y apunto ideas, o me voy a caminar y desarrollo ideas en mi cabeza, y todo eso funciona sin la antigua presión de tener la hoja en blanco sudando lágrimas frente a mí.
Así que mi propósito este nuevo ciclo es construir este universo que es Caminar en belleza con quienes sigan por acá leyendo y comentando, mientras avanzo silenciosamente en la escritura de fondo.
Un propósito orientado a la vida interior
Tampoco este propósito es nuevo. Este año quiero seguir aprendiendo los lenguajes del alma, hechos de símbolos e imágenes, y dejarme guiar por ellos. Estoy experimentando pasar del registro escrito de mis sueños e imágenes interiores al pictórico —con caballete y lienzos, sí, señoras— y me está fascinando. Todavía me cohibe un poco este lenguaje pero va encontrando una gramática en otros lugares como los sueños, los mitos, los símbolos del tarot, la danza y la naturaleza.
Aquí tienes la lista de preguntas:
Un momento de juego
Un cambio en la manera en que miras el mundo
Un vínculo en crecimiento
Una obra artística que te haya marcado
Un sueño recurrente
Una frase sabia que te haya acompañado
Algo que no sabías de ti
Un nuevo comienzo
Un propósito para la vida externa
Un propósito orientado a la vida interior
PD. Tengo a punto la primera publicación de Obra viva, que solo será enviada a las personas que tengan una suscripción paga. Puedes ver sobre qué va esto y suscribirte aquí:
Me llamo Marina y soy humana. Escribo sobre crear una vida significativa y preciosa a través del contacto con los lenguajes simbólicos, las plantas, los sueños y sobre todo la escritura. Esto que estás leyendo es mi autobiografía interior en construcción. Soy autora de varios libros, el más reciente, Estudio de aves en vuelo. Puedes ver mis cursos de autoconocimiento y escritura para hacer alma en esta página.